MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

martes, 23 de junio de 2009

MEDITACIONES MESTIZAS

No defiendo únicamente la integridad de lo que implica poseer un nombre. Mi Nombre. Mi lucha va más allá de los perímetros del Yo: peleo por el derecho a mirar con otra perspectiva. Por legitimar otras miradas ahora represaliadas por una hegemónica y como tal, tiránica.
No intrigo, incomodo porque digo lo que otros callan. Me quieren cortar la lengua pero me les escabullo. Soy necio. Pero tengo el pensamiento lúcido y la conciencia (no cristiana) tranquila. Existo para resistir... resisto mientras vivo.

¿QUIÉN PUEDE HABLAR Y SER CREIDO?

No todo lo que se dice del Sujeto es el predicado.
crac
En este país existe una marcada frontera que separa a quienes pueden hablar (acusar, culpar, señalar, marcar) de aquellos que no pueden ni deben contrarrestar las acusaciones, las culpas, las señalizaciones y los herrajes que el otro grupo tiene como privilegio imponer sobre sus cuerpos. La novedad no consiste en evidenciar la situación, lo inmoral, para muchos, es que siga habiendo resistencia a ese orden establecido por no decir impuesto, es decir, el colonizado tendría que aceptar sin remilgos la tiranía de su colonizador.

Y las tretas del colonizador para aplastar al colonizado que se resiste van desde la represión física hasta la verbal, pasando por celadas y toda suerte de trampas que hagan caer al rebelde. Ante una acusación –basada en pruebas contundentes o en rumores- la voz de quien denuncia se arroga la propiedad de juez que puede convertir ipso facto en acusado o culpable al otro. En este estado, la voz del marginal, sea mujer, indígena, homosexual, prostituta, ex convicto o alguna otra periférica, cuando vale, vale la mitad.

Y esa minusvalía del testimonio del paria debe ser entendido por éste como una cortesía del sistema, como una deferencia que si bien no lo libra de aquello que se le acusa sí le concede una condena ligh. El sujeto acusado cuando no se le puede probar su culpabilidad (que no es porque no existan evidencias sino que están muy bien ocultas, se arguye) jamás recibe una disculpa ni se le restituye por la afrenta padecida, antes bien se deja todo al olvido como una concesión que hace las veces de una sanción disminuida. No lo declara culpable pero tampoco lo exculpa, lo cual lo lleva proclamar: quiero justicia no misericordia o preguntarse ¿quienes son mis amigos?

El sujeto señalado debe vivir con esa marca como justo merecimiento a su actitud o conducta subversiva: salirse de la norma es caer dentro del cerco de la criminalidad. Ser delincuente (social, sexual, moral) es una afrenta que merece la pena sin necesidad de juicio (si cumpliera con los mandatos de la ley no habría necesidad de marcarlo) , así sea la acusación del otro el único agravante que justifica su castigo. La señalización funda la injusticia que sostiene firme las estructuras del poder.

¿Cuántas veces debo proclamar mi inocencia para que se me crea? ¿Qué voces debo anular para hacer audible la mía? ¿A quién debo loar para se me permita moverme en acotada libertad y en silencio pero siempre bajo sospecha? ¿Por qué la autoridad ante un rumor cae en la tentación de represaliar al acusado y no modifica el ángulo de su mirada para plantearse quién acusa y por qué lo hace, qué pruebas tiene para fundamentar su juicio? ¿Existe la posibilidad de creer en el testimonio de un deslenguado?

Defenderse de las voces del aire cansa. Y ese agotamiento es el que utiliza el juez como prueba de que el sujeto ha asumido la culpabilidad de aquello que se le acusa. No se mira el silencio como forma de resistencia ni como prueba de inocencia sino como efecto inmediato de la falta cometida, lo cual legitima el señalamiento. El sujeto solo no puede contra la institución. Entonces, o la esquiva y asume la afrenta de ser culpable y prófugo (me voy no porque sea culpable sino porque no puedo demostrar que soy inocente) o le planta cara y es destruido.

En un país donde no existen garantías de ser oído si no se pertenece al grupo privilegiado, si no se domina la lengua de quien tiraniza a las lenguas amordazadas, si no es posible darle el valor íntegro al testimonio de los marginales, sólo queda el silencio como resistencia, aunque éste sea demasiado incómodo y comprometa la estabilidad de la estructura: sin silencio no hay ruido.

El sujeto marginal cuya voz no cuenta o vale la mitad, mantiene a través de su presencia enmudecida, el estado incordiante de quienes le han colonizado y arrebatado la lengua. Y aun así, no han coseguido silenciarlo.
México, D.F., lunes 22 de junio de 2009