MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

domingo, 28 de febrero de 2010

EROTIZAR LA RESISTENCIA

La vida está cargada de deberes que nos son impuestos desde afuera, por lo tanto injustos, como una manera de mantenernos bajo control y perpetuar esquemas de producción y reproducción que someten o anulan al sujeto.

Desanudarse del sistema resulta improbable porque es el marco en el que discurre toda la existencia, lo que sí es posible, es plantarle cara a un esquema que nos condena a un estado de subordinación que pocas veces o nunca se cuestiona; reflexionar la realidad social supone ya un gesto crítico.

Empoderarse es un acto de amor con uno mismo en el cual se resignifica la propia existencia y se recupera sólo lo que es importante para el sujeto. Largar lejos aquello que obstaculiza, lastra, jode, daña y limita al cuerpo, implica salir de los esquemas de género (que son de opresión y represalización) y emprender una erótica de la resistencia; repropiarse la capacidad de decir noes y síes.
Es también rescatar el cuerpo de la heteronormatividad que manda a trabajar, consumir y reproducirse; la triada maldita de la argamasa del género.

Erotizar la resistencia implica devolver al cuerpo espacios para el placer, disfrutar por el mero gusto de estar vivo, darle tiempo libre al tiempo, que fluya. Poder decir: quiero un cuerpo que sea realmente mío para compartirlo con quien yo quiera.

miércoles, 24 de febrero de 2010

NO SOY HOMBRE, NO SOY MASCULINO: SOY MI CUERPO

En el caminadito (masculino) de algunos hombres
está el anuncio pretencioso de “yo la tengo grande”.
crac

Cuando el privilegio se torna herida (desengañarse de que no se es un hombre de verdad), sólo queda llorar por el prestigio perdido, dolerse por tal desprendimiento, desplomarse en caída libre hasta que el movimiento cese, o actuar como si nada hubiese ocurrido, obviar el dolor vivido por el conocimiento revelado. Ser hombre como dicta el mandato de género es una jodidez en la que pocos (y pocas) reparan.

Cumplir, re/afirmarse, resistir, demostrar, ser el más, el mejor, invencible, impenetrable; el listado de obligaciones que debe cumplir un varón si bien no es infinito si es harto insufrible. La relación de tareas que tiene que cubrir una mujer no se queda atrás en sus niveles de exigencia no solamente sobrehumana como absurda.

Tal es la naturaleza del género enquistado en el cuerpo, que deja poco espacio para el placer, la vivencia erótica, el autoconocimiento, la propia realización. La maraña de lo masculino y de lo femenino es además de una farsa, una estafa que las materialidades asumen apenas sin replicar, cargando con réditos vencidos de una deuda que no contrajeron y no obstante, consienten pagar de por vida.

Desde esta perspectiva, el género es una forma de colonización (de las pulsiones) del cuerpo, constriñéndolas, redireccionándolas luego de educarlas para perpetuar los regímenes de poder/sometimiento, hegemonía/subordinación, normal/anormal en los que se desarrolla la convivencia entre las mujeres y los hombres.

Siendo así: me rehúso a ser hombre, me niego a vivir lo masculino, disiento de la obligatoriedad del deseo heterosexual, el matrimonio y la reproducción; me desmarco de la idea de familia (tradicional) y de aquello que la hegemonía denomina valores. Me deconstruyo para no dinamitarme.

¿Debo asumirme culpable por resistirme al cumplimiento de mis deberes para que se mantenga el orden genérico? ¿Soy anormal, enfermo, perverso, criminal, indeseable por optar por otras prácticas de género desde la orilla y no la que rige desde el centro? ¿No la periferia es también núcleo cuando se enuncia y actúa desde ésta? ¿Quién define lo que es adentro y lo que es afuera? ¿Manda la mayoría estadística aunque su representatividad se sostenga en la injusticia cometida contra los menos?

Afortunadamente llega la hora (al menos la mía) en que uno se arranca las cadenas, larga lejos –hasta donde es posible- toda atadura y pacta con el poder otras formas de existencia. En caso contrario, se resiste. Se hace lo que se puede pero no se sigue más la lógica de unos raíles ya oxidados que conducen a ningún lugar sino al punto de partida del que se quería huir: el núcleo asfixiante.

Lo masculino y lo femenino son etiquetas que fuerzan a un actuar que es posible y válido interpelar y deconstruir. Desintoxicar el cuerpo de los narcóticos que el género ha depositado en él hasta imponerle la idea de esencia, de inmanencia, incluso de fatalidad.

No más ese marcaje que condiciona a actuaciones delirantes, vacuas e innecesarias y a discursos excluyentes, vehiculadores de odio y marginación. Que cada quien opte por resignificar su cuerpo y las prácticas del mismo o por encochambrarlo con edictos y encíclicas anacrónicas, enajenantes, enfermizas.

Yo apuesto por la desrepresalización de mi cuerpo, que es también una forma de reapropiármelo. No soy hombre, no soy masculino: ¡soy mi cuerpo! Si alguien quiere venir conmigo, que deje su cruz y que me siga.

martes, 23 de febrero de 2010

BUSCANDO FORMAS DE SER

Intentando ser simples, puede considerarse que lo simbólico es como la atmósfera, no sé ve pero sostiene, contiene, posibilita y limita. La materialidad, en cambio, es la traducción de esos imaginarios en acciones y discursos. Cuando afirmo: soy hombre, el cuerpo físico (y todo lo que esto implica) se significa a partir de mi idea de lo que es o debe ser un hombre, más la noción de hombre que poseen aquellos que me escuchan. Ser hombre entonces no es solamente creérmelo sino que me lo crean los otros, que me lo reconozcan. Lo cual certificará que mi actuación del género es conveniente.

Si mi afirmación suscita dudas, risas, silencios, puedo interpretar que no me hice oír o que efectivamente los demás no me perciben como tal, entonces debo asumir un plan B que quizá no posea: repetir mi afirmación o alejarme de ese sitio donde no soy reconocido. Insistir por la aceptación puede desembocar en la recepción de múltiples formas de violencia o en la activación de prácticas de resistencia que buscan imponerme y lograr la concesión del grupo de hombres.

La opción de desistir es la más sana en este caso, qué sentido tiene llamar dos veces e incluso más, a una puerta que no se abrirá nunca, en cambio, uno sí puede pelear racionalmente por el reconocimiento de múltiples ejecuciones del ser hombre y del ser mujer sin caer en confrontaciones con unas y otras. El diálogo entre diversidades sería lo más inteligente. No obstante, dada la supremacía de una masculinidad y feminidad denominada hegemónicas, que se declaran como el ideal a alcanzar, mantener y reproducir en todos los cuerpos, tal plano de concordia no siempre se establece y sí un cambo de batalla donde unas y otras se enfrentan en busca no solamente de reconocimiento sino de la anulación de las otras, tal es la perversión de la masculinidad y feminidad obligatorias.

¿Es posible un universo donde quepan muchos universos? Estoy convencido de que sí, siempre y cuando ningún universo estés por encima del otro, que no se considere mejor o más valioso. Ninguna forma de ser mujer o de ser hombre es más óptima, en todo caso las hay más deseables porque no se ejercen de manera violenta ni utilizan esta vía en sus prácticas cotidianas, existen algunas que no imponen líneas de acción ni discursos y sí se comprometen a un estilo de vida en la que la equidad sea una realizad alcanzable y no meramente una utopía, o peor, un no-lugar.

jueves, 18 de febrero de 2010

EL SONORO SILENCIO DE LOS HOMBRES

Ruidos. Resonancias.Distorsión. Abstracción de sueños.
Alberto García.
Calladita te vas más bonita, se ha dicho y repetido como una letanía a la mayoría de las mujeres de una generación a otra, puntual. A los hombres en cambio, sin necesidad de instarles a guardar silencio de manera directa, de muchas otras formas más efectivas se les enseña, desde chiquitos, a tener la boca cerrada: ¡no te rajes! Y semejante orden se instaura en el cuerpo y crea una actuación (performatividad) de lo masculino que busca –intenta- convencer de que se es muy hombre: el silencio forma parte de la educación de género para ambos sexos.

Callar entonces es de bonitas y de machos. Quienes apuestan por el diálogo no son mujeres ni hombres sino sujetos disidentes del mandato de género que conduce (impone) la actuación social pero también personal de los cuerpos. Seres renegados que renuncian a la (in) comodidad del establishment y que existen bajo distintas formas de resistencia. Aquellos portan silencios ruidosos pero consiguen, a cambio, el aplauso público por actuar convenientemente aun a costa de su represión.

Para liberar la tensión que produce el mutismo existen diversos sitios creados ex profeso para ello, espacios naturalizados para tales efectos: los lavaderos, el salón de belleza, la cocina para ellas; la cantina, para ellos. Fuera de esos perímetros se cae en digresiones cuyo coste social puede ser alto. Sin embargo, la mayoría de los hombres –supongo que de la misma manera ocurre a algunas mujeres- no consigue liberarse de sus opresiones en una charla entre cuates en la cantina.

En la indagación de la construcción de la masculinidad y en la ejecución de lo que se considera debe hacer un hombre para ser tal se vislumbra una incomodidad con respecto a este silencio impuesto al cuerpo de los varones (¿será ésta una de las múltiples razones por las cuales algunos resuelven sus conflictos y diferencias utilizando la violencia física?). La mayoría no sabe qué hacer con el peso de esa orden que ha cumplido cabalmente y no obstante, lo oprime.

Son muchos los hombres que reconocen o intuyen que tienen una necesidad de hablar sobre lo que piensan, los aqueja, los emociona, los coloca en estados de tristeza o dicha, de manifestar sus temores, el deseo de decir no o basta. Y sin embargo, son muy pocos los que tienen la oportunidad de despojarse de esa maraña de prohibiciones a los que sujeta el ordenamiento de género.

Saber es poder, el que sabe (o dice saber) es más competente, el que sabe tiene la capacidad de destruir al otro, saber es poseer un arma para utilizarla contra otro u otros hombres. Los hombres callan por precaución más que por inercia, en su silencio se juegan su supervivencia e incluso su hombría: rajarse es de cobardes; quien se confiesa ante otro hombre se feminiza porque se comporta débilmente; se mujeriza porque pide ayuda, incluso se le acusa de ser un niñito; se amaricona porque la solicitud de escucha puede interpretarse como un pretexto para seducir a quien le presta atención y obtener de éste favores. Sin duda existen más impedimentos y todos comparten la misma visión retorcida de una sociedad que ha impuesto a los hombres el mandato de no rajarse ante nadie ni ante nada.

Rajarse es dejar de ser hombre en el imaginario de tantos y tantas, como si la condición de los hombres radicara únicamente en su cuerpo encriptado. Afortunadamente son cada vez más los varones que aunque titubeantes, se atreven a hablar de sí mismos ante otros hombres y descubren (¡Eureka!) que comparten similitudes que erróneamente han creído les acontecen de manera anómala únicamente a ellos, y que una vez liberados del silencio se perciben diferentes.

No basta con reconocer las razones por las cuales los hombres callan, lo cual se consigue indagando en la memoria silenciosa labrada en sus cuerpos, sino implementar mecanismos que los anime a expresar verbal o textualmente lo que acontece en su interioridad; si es verdad que las mujeres y los hombres nos conformamos a través de narrativas, ya es tiempo de que las de los varones se exprese y escuche atentamente para posibilitar la reescritura de las masculinidades y sus múltiples manifestaciones.

sábado, 6 de febrero de 2010

DE LA FRÁGIL CONDICIÓN BUGA


A esos hombres, cuyos cuerpos he transitado.
crac




Huyes de tu deseo como (la mayoría de) todos los hombres. Te plantas frente a mí como un heterosexual irreversible que puede aceptar toqueteos con un hombre raro.


Pero en el fondo, incluso no tan debajo de tu piel, te cagas de miedo de estar delante mío. Miedo como (casi) todos los hombres. No a que te guste la verga, eso ya es un saber pactado en silencio, sino a necesitar el placer que ésta te procura y no poder satisfacerlo. Esto es: negar el deseo para que siga existiendo.


Los hombres así, los que han probado el cuerpo de otro hombre, no han terminado de digerir qué del suyo les ha sido descifrado en el otro, qué revelación les fue dada al atravesar el umbral prohibido.


Al simular naturalidad o indiferencia acusan las enormes ganas de volver a probar eso, que según ellos, los machos, los convertiría en putos (en un no-hombre) aunque siempre lo hayan sido en la cabeza.


La condición de hombre, la virilidad, la hombría es un camino de negaciones para poder afirmarse: negar el deseo hacia otro hombre para erigirse como tal, verdadero, sin sospecha ni mácula. La mayoría de los varones cae en la celada y acepta el juego por carecer de argumentos, valor, instrumentos, mecanismos para resistir la presión o para disentir del poderío vertical: mandar a la chingada todo aquello que constriñe los anhelos.


Intentarlo vale la pena. No resulta fácil pero tampoco es imposible hacerlo: devolver al cuerpo la libertad para vivir su deseo.


México, D.F. 2 de febrero de 2010