MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

viernes, 25 de junio de 2010

MARCAS QUE IMPORTAN

La marca más visible es sólo el pretexto. Tras el señalamiento de la primera mancha viene la visibilización de otras más. Después el cuerpo apestado, el escarnio, la exclusión, la muerte (social o física), el olvido, el tabú.

Infinidad de veces he escuchado que alguien no puede participar de una celebración o ingresar a cierto espacio o acceder a cierto beneficio porque es raro. Y como las palabras hacen cosas, la raridad del sujeto se metonimiza: de la parte rara se pasa al todo raro. Ergo, se margina. Y quien enuncia suele ser un ente normalizado que se arroga la propiedad de beatitud y salvaguarda del orden establecido.

Si el señalado es un inmigrante, a la par de su condición de apátrida está la de criminal, vago, ignorante, mestizo o indígena (para quien enjuicia no hay distinción) y pobre. Un delincuente. Un narcotraficante (como señala la gobernadora de Arizona*). Un extraño que debe ser desaparecido a cuenta de mantener la pureza de ciertas comunidades.

Supongamos que quien emigra es una mujer, a su estado de errabunda hay que agregar el de mala madre (si abandonó a la prole a la buena de dios), mala hija (por abandonar a los padres), mala esposa (si atrás quedó un marido, poco importa si éste la maltrataba o la forzó al viaje), redondamente puta; ninguna mujer decente anda de trotamundos. Por lo tanto, no es conveniente que se mezcle con la gente de bien.

Al hombre que le gritan puto (marica, choto, puñal, mariposón, lilo, gay, homosexual) se le endilga también la etiqueta de enfermo (degenerado), pervertido, sidoso, criminal. Y en el grito y el dedo que señalan está la alerta a ponerse a salvo del mal alegorizado en ese cuerpo. Ya no importa si se trata de un sujeto responsable, honesto, creativo, cooperativo, comprometido con causas de interés comunitario. Todo se diluye ante la densidad de la palabra joto.

¿Quién viene en auxilio de estos sujetos marcados, de estos cuerpos represaliados por la ignorancia disfrazada de orden y bienestar? Nadie o muy pocos. Una vez que sobre el sujeto cae el señalamiento su suerte está echada y queda a merced del arbitrio de los otros, pues no existe camino de retorno para la injuria. En adelante pasará por culpable siendo inocente.

El cuerpo estigmatizado puede recurrir al orgullo para resistir la lapidación. Dentro de la palabra que daña se encuentra el ungüento que (en parte) alivia la herida. El sujeto señalado puede convertir el ataque en una contraofensiva empleando el insulto como escudo que repelerá, a su vez, las arremetidas a causa de las otras marcas que se visibilizan cuando se evidencia una.

Así se cuaja la condición Queer: la ofensa devenida en nombre propio. El insulto convertido en un rostro que no pone ninguna mejilla. Los patos tirándole a las escopetas. La resistencia cotidiana transformada en estrategia a fuer de habilitarse en ciertas competencias. Tecnologías de supervivencia que desrepresalian el cuerpo y le devuelven la voz al sujeto. Adjetivos mudados en verbos. Sintaxis liberadora. Acciones y discursos que cambian la polaridad de las palabras. Marcas que (sí) importan.
*http://www.prensalatina.cu/index.phpoption=com_content&task=view&id=200918&Itemid=1

domingo, 20 de junio de 2010

DEVENIR ANIMALA

Nosotras follamos más y mejor.
Itziar Ziga


Devenir gata y restregarse a los cuerpos para marcarlos y poseerlos. Sin pertenecerles.

Devenir perra y levantar la cola a pretendidos amos que no cuidaremos jamás. Hacer nuestro el ladrido propio.

Devenir loba y aullar a pleno día y no cazar nunca más en la clandestinidad de la medianoche.

Devenir zorra y enmendarle la página a la fábula buga tan falsa como pretenciosa.

Devenir hiena y devolver la carroña a su sitio sin ensuciarnos la piel y carcajearse de aquello que nos ha hecho llorar.

Devenir araña y trepar por los sitios que durante largo tiempo nos fueron prohibidos.

Devenir víbora y serpentear todoterreno y demostrar que no existen territorios velados para un cuerpo Queer.

Devenir lagarta y tragarnos enteras nuestras presas y no engordar.

Devenir mosca (viva, no muerta) y entorpecer la paz del banquete de la heteronorma.

Devenir platelminta, plana, metazoo, triblástica, acelomada, protonefridia pero culta.

Devenir cerda y atascarse gozosa en el lodo de la fiesta.

Devenir mula, estéril, montada y muda. Riéndonos por dentro.

Devenir cabra y tirar para el monte cabrona y sin retorno. Incluso feliz.

miércoles, 16 de junio de 2010

QUEER POR DERECHO PROPIO

Soy Queer por derecho propio. Una propiedad que me arrogo para describirme frente al cúmulo de nominaciones en las que no me siento a gusto y en las que nunca me hallé inscrito, reflejado o correspondido. Queer es para mí una manera de plantarme en la realidad y desde ahí combatir: vivir es una guerra.

Hurgo en la memoria y me recuerdo siendo señalado como alguien raro. Medio raro, para más inri. Un sujeto que bien podía caber en un cajón pero también quedar fuera del mismo, considerado o excluido, presente o lejano. Y sin embargo, en el rechazo manifiesto había una atracción velada (o en el disimulado rechazo había una atracción asumida) que impedía no ser referido. El triunfo del ego pasa por la abyección. También el del cuerpo.

Y pronto aprendí el juego dialéctico de la ausencia-presencia que me enseñó a vivir en el borde, en la frontera, en un estado fantasmático que lo mismo podía seducir que causar horror. Asco. Atracción y repulsión fueron actos encarnecidos que dieron forma al cuerpo que soy. La subjetividad vendría después, justo de la mano con el reconocimiento del límite. Hasta entonces había creído que la condición de fantasma me permitía burlar los perímetros para alzarme sobre ellos. No fue así. Pero el dolor no me enseñó a ser humilde.

En la condición de paria me inoculé contra el servilismo disfrazado de buenas costumbres, que so pretexto de educar al sujeto, lo reprime para normalizarlo y hasta adecuarlo a formas de acción conservadora que no desestabilicen el establishment. De este modo se perpetúa la inacción del sujeto para su correcta conducción social, sexual, cognitiva, biológica, lúdica y otras.

El sujeto Queer pugna por la desrepresalización del cuerpo y la liberación de sus pulsiones. Desafía las coordenadas en las que es colocado y se manifiesta abierto a otras maneras de vivir la existencia. Reconoce la plasticidad del deseo, la construcción social homogénea de distintas variables como el género, la clase, la sexualidad, la nacionalidad y demás componentes constituyentes de la subjetividad, así en el cielo como en la Tierra.

Me defino Queer por derecho propio: cualquier otra forma de vida, sencillamente, no me interesa.

jueves, 3 de junio de 2010

CUERPO QUEER

La enfermedad es un privilegio que no pasa por mi cuerpo. Basta que se reflexione un momento para darse cuenta que la queja es un honor que no todos o todas pueden vivir. Bienaventurados aquellos que al primer ay tienen a su alrededor un coro de cuidadores dispuestos a servir, atender, velar su malestar. Dichosas aquellas que cuentan con una cama de hospital, medicinas y una asistencia médica, pues aun la más raquítica o mísera atención supone ya un presencia próxima.

Jodidos quienes no pueden aspirar a esa prerrogativa, que son muchas y muchos: el indígena que cuando cae enfermo debe levantarse ipso facto porque no hay quien se ocupe de él ni dinero ni tiempo para reposar. El desempleado que no tiene ninguna ayuda médica. O quienes por su condición de siervos (los hay en pleno 2010) no deben levantar su voz para quejarse. Insisto, el ay es un placer burgués y por lo tanto, restringido (exquisito). ¿O cuándo se ha visto que la atención se ofrece al mayoreo?

La enfermedad recuerda al cuerpo su condición de materia, perimetrado, objeto y sujetado. Su vulnerabilidad más manifiesta y su dependencia más atroz. El cuerpo enfermo es un estorbo cuando carece de los medios y/o recursos para procurarse la atención requerida o un objeto de culto (idolatría económica) cuando su malestar está suspendido en un pedestal de bienes y efectivos que pueden brindarle los cuidados necesarios para su vuelta a la salud. La enfermedad, pues, remite al cuerpo su condición de paria o de ciudadano, de inmigrante o de derechohabiente, de indígena o de clasemediero, de marginado o de adaptado social, de gente de bien o de malhechor.

Desde esta perspectiva, la enfermedad se torna en un privilegio y por lo tanto en una restricción para los cuerpos. Enferman lo sujetos solventes, el resto es solamente quejica que finge lo que no puede ser para obtener alguna ventaja o recompensa, desde luego, que no merece. Enfermar es también una estrategia de mercado (económico, social, sexual, cultural) que coloca a los cuerpos en su (in)justa dimensión: en el paraíso de las atenciones o en la exclusión irreversible, pasando por paliativos o placebos institucionales.

La enfermedad es más que la ausencia de salud, es también un estadio de prestigio o de subordinación que permite diferenciar entre cuerpos y objetos, entre quienes son y los que pretenden ser, entre los que pueden planear una enfermedad y quienes rezan para no enfermar nunca. Entre quienes pueden presumir de haber estado enfermos y quienes aseguran ignorar a qué sabe una enfermedad, entre el cuerdo y el loco, en definitiva, entre el cuerpo normal/izado y el cuerpo raro, el cuerpo Queer.