Alguien quiere convertirme en algo; y en algo que yo no quiero. En todo caso, me gustaría ser re/conocido como alguien. Precisamente lo que los demás (el estado, la iglesia, los medios de comunicación) no quieren.
No deseo ser fantasmatizado ni señalado como un espectro, como una sombra que se conjura para curar el espanto que su presencia causa. Soy un cuerpo con un nombre, una materialidad pensante. Aquí estoy y hablo por mi diferencia.
Me resisto a ser invisibilizado, a ser negado, a que alguien me coloque en la orilla por la que nadie o pocos pasan. Me niego a ser reciclado. No acepto que un otro presuntamente aséptico, blanco e inamculado me denomine cuerpo sucio, con máculas, basurizado*. ¿Quién le ha dado al otro el poder de nombrarme o de borrarme del mapa?
Aquí estoy y no me quito. Tampoco me callo. Dejar de resistir es empezar a ser declarado vencido, muerto; empezar a ser olvidado. Ser infinitamente nada.
*Basurización simbólica “es una forma de deshumanizar al cuerpo del sujeto para que sea subsumido dentro de una lógica residual que asegure su instrumentalización” (Castillo 239 citado por Silva Santisteban).
Tomado de:
http://hemi.nyu.edu/hemi/pt/e-misferica-61/santisteban
