MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

jueves, 22 de marzo de 2012

LA HISTORIA DE N: ¿CUESTIÓN DE GÉNERO O CENUTRIEZ?


… por supuesto todos los bio-hombres no poseen un programa de genderización de macho de élite. Muchos han sido biopolíticamente programados como putitas de barrio; el problema es que en la actual ecología sexual deben funcionar como machos, con las frustraciones que ello conlleva.


Beatriz Preciado; Testo yonqui.









N tiene 22 años, cursa una licenciatura que no le gusta, pero que si consigue concluir satisfactoriamente le permitirá ‘heredar’ la plaza laboral de su padre. De espíritu festivo y despreocupado, N ha confiado siempre en su “buena suerte” para sortear los obstáculos escolares, las diferencias en las relaciones con sus amigos, los efectos de los compromisos amorosos (nunca termina una relación porque de este modo queda la posibilidad de volver, sin complicaciones). Al igual que muchos otros varones de su edad, N suele mantener prácticas sexuales de riesgo (desoye la cultura de la prevención), abusar del alcohol (alcoholismo social, fuma poco), confiar en que “a él no le pasará nada de eso”, y le gusta jugar futbol. No tiene un compromiso que acuse una responsabilidad social (vota por el partido de siempre) aunque asegura tener una conciencia política. N es, lo que podríamos llamar, un “irresponsable feliz”.





La vida de N discurría en esta placidez, no libre de riesgos, hasta que “una pendeja dice estar embarazada” (de él). Además del susto y el coraje (“la pendeja no se tomó las pastillas que le di”), en caso de ser cierto el pronóstico, N se plantea abandonar sus estudios e irse a otra ciudad para trabajar y hacer frente (es un decir) a la situación: ¿huye o asume su responsabilidad? ¿Reacción común o indiferencia? ¿Actúa conforme a parámetros de género o razonadamente? Mientras llega la confirmación del embarazo de la chica (a quien no ama, es sólo un free), N continua saliendo con otra mujer (“hermosísima”) “porque la vida sigue”.





El relato de N da cuenta también de la vida de muchos jóvenes que como producto de un contexto donde el desarraigo, la irresponsabilidad, la falta de compromisos (consigo, con los demás, con las instituciones) y la superficialidad con que se viven los afectos, entre otras razones, han asumido una invulnerabilidad que paradójicamente los hace más vulnerables. Son los antihéroes de una narración a la que asisten en primera persona sin disfrutar las acciones y ante un público que a veces aplaude (indiferente) sus actuaciones.





Cabe aclarar, que el referente no condiciona este tipo de reacciones, pues frente a escenarios más adversos, cientos de personas consiguen realizarse de manera digna, honesta y responsable. Sin embargo, a una gran mayoría de les mira vivir indiferentes, errantes, altaneros, desafectados de casi todo lo que debería comprometerles, pusilánimes, infantilizados pero con prerrogativas del mundo adulto; los N abundan en el paisaje público: sean zonas de ocio y esparcimiento o la escuela, el escenario donde coincido a diario con ellos.






Para efectos de este texto, paso de enumerar las posibles razones que arrojan a estos jóvenes (varones, sobre todo) a esa suerte de malabarismos que los hace bordear el vacío; paso de referir con estadísticas y ejemplos cuáles son sus vicios, si consumen alcohol y otras drogas; de si son hijos queridos o producto del error, del azar, del deber. Paso de buscar culpables y de lanzar acusaciones; en este relato me centro en las vivencias que N fue refiriendo durante cinco meses y que leídas “de regreso” permiten proponer una lectura de su actuar, y si es posible, sirva también de lectura preventiva para otros N.






Biografía de N: la cultura del esfuerzo






N es el hijo mayor de una familia de cuatro integrantes: padre, madre y un hermano siete años menor. Es el primero entre los suyos que consigue llegar hasta la universidad, es también, entre sus parientes, el único que eligió seguir estudiando y no decantarse por el empleo informal, los vicios (alcoholismo sobre todo) y el emparejamiento y la reproducción antes de los veinte años. Fue un estudiante ejemplar hasta la preparatoria, cuando se hartó de ser “ñoño” (tema que desarrollaré más adelante) y empezó a faltar a clases, a no estudiar para sus exámenes, a jugársela con sus estudios (estuvo a punto de no egresar del bachillerato por una materia que reprobó, pero consiguió ‘salvar’ el obstáculo tras un soborno).






N forma parte de lo que se denomina “cultura del esfuerzo”: su padre, tiene un empleo fijo que le permite mantener a su familia, no sin sobresaltos; la madre contribuye a la economía familiar con la realización de varias tareas y N trabaja de vez en vez para allegarse un dinero que emplea netamente en sí mismo. El hermano menor se dedica únicamente a estudiar. Forman una familia de clase media (lo que queda de ésta) en la que la tarjeta de crédito ayuda a llegar a fin de mes sin sentir que se asfixian: tienen ciertas comodidades fruto de las aspiraciones que alimenta y aviva un contexto que impulsa el espíritu consumista: justo ahora estrenan una casa que se suma al patrimonio familiar.






Ha sido en el hogar donde N aprendió que las cosas se obtienen con esfuerzo. Admira profundamente a su padre por todo lo que ha hecho para darles una estabilidad; quiere a su madre quien ha asumido su papel de compañera, ama de casa y mamá “gallina” (pelea a muerte contra quien ‘toca’ a sus polluelos). N quiere para sí, cuando recuerda que debe quererla, una familia de este modelo: esposa, un hijo y una hija. Él se mira como proveedor y aspira a tener en su esposa una dócil ama de casa y cariñosa madre de sus críos. N sueña con un hogar de fotografía de álbum viejo. O no tanto.






N no pide permiso para salir de casa ni da cuenta de sus actos, sean de la naturaleza que sean: su padre confía a ciegas en él (aunque no le presta el coche cuando sale de juerga), la madre no interfiere en esa relación, y cuando éste se mete en algún problema (se le hace tarde fuera de casa o se embriaga, por ejemplo) el padre entra en escena y lo salva. A cambio, N sirve de chofer, de cómplice, de siervo de su padre; claro que N no mira esta relación así: asimétrica, vampírica, avasallante. Para él las cosas son como deben ser y así están bien. Por eso N no aspira a una realización personal ni profesional sino económica: tener un trabajo, juntar dinero, gastarlo en viajes y diversiones (alcohol y mujeres) y al final, un hogar (coche y casa incluidos) y dedicarse a trabajar hasta ser viejo y haber cumplido (¿con quién? ¿con los suyos o con él?). N no sueña, proyecta expectativas alimentadas por otros.

N y las mujeres: “por tu maldito amor”






N llegó al alcohol antes de que supiera que quería tomar. Desde los trece años, cuando aprendió a manejar el auto de la familia, empezó también a ser el asistente de su padre, quien los fines de semana solía cerrar la jornada laboral en cantinas o en reuniones donde el alcohol era abundante y la fiesta se prolongaba, muchas veces, hasta las primeras horas de la madrugada. Poco a poco su padre lo fue introduciendo en la bebida, dosificado, hasta ser ahora un consumado borracho que no causa problemas. N asegura no ser adicto pero sí presume aguantar mucho. Chupa como esponja, “hasta un límite donde yo sé que ya no me entra más”. Entonces vomita y duerme. O vomita y sigue la borrachera. A veces el guion sufre modificaciones: chupa, coge y se duerme.






La palabra prevención no es precisamente la favorita de N (ya una vez se salió de la carretera por conducir con sueño), quien cree que es un hombre con muy buena suerte (algo que parece ser es cierto) y que siempre ocurrirá algo de última hora que lo librará (y sí, parece que es así), pero la buena fortuna tiene caducidad. Ahora espera que el indicio de haber embarazado a la chica con quien retozaba de vez en vez no se confirme o tendrá que asumir su responsabilidad (lo que él entiende como tal) con ella y la criatura.






N conoció el sexo mucho después que el alcohol; a los 17 años de la mano o mejor dicho, entre las piernas de una chica de su edad. Fue un encuentro no planeado (en el asiento trasero de un auto), con protección (al parecer) y rápido. A él le pareció que no tuvo nada de especial. En adelante, la vivencia sexual dejó de ser un interés y prefirió la compañía de sus amigos alrededor del alcohol tras la partida de un juego de futbol. Deporte que N practica desde los cinco años (estuvo en las reservas de un club deportivo de fama nacional hasta que las limitaciones económicas y una lesión le apartaron de ello).






Las circunstancias de la vida fueron desintegrando el grupo de amigos y N volvió otra vez la vista hacia las mujeres. Todas, incluida aquella a la que no debía mirar “de más”. La novia del mejor amigo, la chica “encargada” mientras aquél dejaba la ciudad por motivos laborales, la mujer que con quien terminó acostándose y de la cual recibió el fatídico mensaje: “él coge mejor que tú”. Sino que aceptó sin contraríala, y que desde entonces lo obliga a pretender superarse en cada encuentro sexual. Pero haga lo que haga, no consigue vencer al oráculo maldito.






El amigo volvió, supo de la traición, perdonó y se fue lejos. N, en cambio, no superó el peso de la culpa y terminó por hundirlo la actitud conciliadora de su amigo. La nobleza de aquél es una herida que de vez en vez (entre cervezas) se abre. Tiempo después, N dejó aquella ciudad para ingresar a la universidad, pero viajó con los recuerdos, la afrenta, las culpas y un propósito nebuloso que un par de años después se atrevería a decir/se en voz alta: no tengo otro propósito (sexual) que esforzarme por ser merecedor del título de “buen amante”.





De este modo, N prefirió evitar relacionarse afectivamente con las mujeres pese a tener fácil el acceso a ellas debido a su carácter dicharachero y a su máscara de tímido e inocente. N rehúye del compromiso y cuando resulta inevitable cumplir como hombre, se embriaga hasta conservar sólo la mínima conciencia para saber que se está tirando a una chica (daba igual si es una desconocida), colocarse (muy pocas veces) el preservativo, penetrar salvajemente, terminar y echarse a dormir sin importar más. N ha despertado muchas veces sin apenas recordar con quién ha estado.






Tiempo después N confesaría que si mantenía relaciones sexuales sobrio “se aburría” (varias veces dejó a las chicas desnudas en el lecho y él se fue) y que borracho no pensaba en nada; léase aquél lejano oráculo “él coge mejor que tú”.






N y el amor: “yo no quiero casarme, pero sí quiero tener un hijo varón”






N no recuerda haber tenido una novia que haya querido mucho. Sino muchas a las que no quiso o poco. En cada mujer que conoció, buscó vencer en la intimidad a aquélla que lo había descalificado como amante y ser “ese hombre” que el fantasma de su amigo le impedía ser. Un día N podía decir que estaba enamorado de una, declarársele y si recibía un no, al día siguiente había superado el rechazo (si era con cerveza, más rápido aún) y ya estaba enamorado de otra [esto suele pasar con mucha frecuencia en varones con una inestabilidad emocional profunda; mera observación], sin más gestión que la voluntad.





El amor es para N un trámite más que se realiza o se pospone sin mayor complicación. No sabe de culpas (dice), no sufre (asegura), no se preocupa por nada (y así parece). Sin embargo, él sabe que su padre (y su madre, sin duda) esperan que tras culminar la carrera, acceder al mercado laboral en un tiempo corto (recuérdese que heredará una plaza) lo que sigue es su boda o “juntarse” con alguien. Una chica desde luego. N es el único varón de la familia extensa que no engendró un hijo antes de los 18 años; incluso su abuela en plenas fiesta decembrinas, le pidió un bisnieto y ante la petición N enmudeció. La abuela falleció hace un par de meses.






N no quiere casarse. No antes de los treinta. N no quiere un hijo, de ser posible. O un varón sin madre de por medio. N quiere vivir para sí, para la fiesta, para los amigos y no obstante, se prepara para renunciar a esos planes porque en cuanto llegue la hora que sabe que arribará, dará feliz cumplimiento al deseo de su padre (y el del resto de la familia). Si es que la confirmación del embarazo no adelanta la materialización el deseo y frustra los proyectos. A N no le duele ver en riesgo sus perspectivas, sino quedar atado a una mujer que no quiere: la misma que sabe, jamás le dirá que al fin ya superó en sus artes amatorias al fantasma. Sí, N encima de todo, es persistente.






En esa búsqueda N se atrevió a indagar en su cuerpo para re/conocer otras sensaciones, salir de su falocentrismo y coitocentrismo, para darse la oportunidad de vivir otros deseos. Meras intenciones que no llegó a concluir porque tuvo miedo de sus propias reacciones. N sabe que tiene “pegue” con los chotos y presume de ello. Su padre incluso le reconoce “la buena suerte que tiene con los putos”. Pero N los respeta si lo respetan, sino “les parto su madre”. Sin embargo, no ha tenido escrúpulos para dejarse acariciar, consentir, tocar por un puto (¿o más de uno?) que a cambio pagó a N y a sus amigos una larga borrachera, “y sin haber soltado prenda yo”, aclaró.






Pero N aunque es un heterosexual reconocido, no posee la facha de un hombre “de verdad”; lo sabe y lo asume sin “ruidos”: no es rudo ni varonil, ni barbado ni musculoso, ni blanco ni rico, ni poseedor de un look cool. Más bien tiene pinta de hetero confundido, de no saber qué quiere, de niñato desbrujulado que pide ayuda a su papá cuando está perdido, de postadolescente insufrible, de jugador amateur que no llegará más lejos. Sin embargo, a ciertas chicas les atrae su estampa de despreocupado de tiempo completo y van en pos de él. Para salir bien librado de situaciones difíciles le ha ayudado bastante este camuflaje (y las chelas, sin duda) y su carácter desprejuiciado que oculta su irresponsabilidad e inmadurez.






N y la escuela: “no quiero ser ñoño”






Como no eligió la carrera que quería estudiar sino la que conviene cursar para acceder a la herencia prometida, N está inscrito en una licenciatura que le causa más disgustos que satisfacciones. Con todo, empezó muy comprometido; luego se desinteresó por la facultad, al grado de exponer su permanencia en la universidad “porque estaba enamorado”, y prefería ir en busca de la amada antes que asistir a las clases. Después enmendó su actitud y consiguió sobreponerse y encarrilarse en los estudios.






Fue precisamente en el cruce de un semestre que promovió exitosamente al siguiente, en que cometió (por enésima vez, recuérdese que es persistente) la irresponsabilidad de mantener relaciones sexuales sin protegerse y llegar hasta donde está: a la espera de la confirmación de un embarazo o el anuncio de “falsa alarma” que lo ha mantenido en vela durante varios días (“le voy a dar un putazo si resulta que me engañó”; como si el crío hubiera sido concebido sin su ayuda).






N fue un estudiante dedicado, nerd. Un caso extraño en las familias de su padre y de su madre, donde la escuela no fue una opción y se abandonó prematuramente. N en cambio, sin renunciar a su gran pasión, el futbol, se fue convirtiendo en un alumno responsable que conseguía altas notas y reconocimientos escolares. Pero desistió. El argumento es que “en mi casa daba igual que saliera bien o saliera mal, no me decían nada, así que dejé de ser ñoño” y empezó a no ir a la escuela, no asistir a clases, dejar de hacer tareas, y como no pasaba nada y de todas formas salía bien, “no ya con dieces y nueves, pero bien”, siguió por ese camino.






Según N, la falta de reconocimiento familiar lo apartó de la disciplina escolar, pero ¿faltaron también estímulos escolares? ¿No hubo docentes que reconocieran sus logros? ¿N no fue capaz de valorar positivamente su desempeño académico? En todo caso, es así como N elude la responsabilidad que tiene en su proceso formativo y deja en cambio, en las manos de otros, sus resultados. Aun ahora que está en la universidad el desinterés e indiferencia de los padres es tal que ignoran cuánto le falta para concluir la licenciatura. A lo mejor el embarazo, de confirmarse, los lleva a plantearle la pregunta ¿en qué semestre ibas? ¿En qué año te quedaste?






N ante la vida: tanto va el cántaro al agua ¿hasta que se ahoga?






La incertidumbre que supuestamente asfixia a N es un secreto entre tres. Hasta ahora. Sabe que si el fallo es positivo tendrá que hablar con sus padres, los de la chica (el padre de ésta no lo acepta), y empezar a llevar a cabo una serie de acciones que lo colocarán en otra situación. El relato que produzca N no es muy diferente de las narraciones que desafortunadamente se escriben a diario: ¿qué es lo que ocurre que no aterriza en la conciencia de las y los jóvenes la cultura de la prevención? ¿Qué vectores son necesarios para concientizar a las y los jóvenes en materia de educación sexual, pero también en torno al amor propio y la responsabilidad consigo y con el otro, por decir lo menos? ¿Qué sobra o qué hace falta para concientizar a las y los jóvenes de su saber ser/estar en el mundo?






En el discurso de N puede leerse (entre otras lecturas, desde luego) además de una profunda irresponsabilidad consigo mismo y para con los demás, una serie de mandatos de género en los que ha “fracasado” y que podrían ser, entre otras, una de las causas por las cuales está ahora en el borde de un abismo al que no pidió acercarse y que no obstante, hizo todo lo posible por llegar hasta ahí:






a) Si N sabe que no cumple con todos los requisitos de lo que se considera un hombre “de verdad” y hasta los asume con cierta ironía ¿por qué no consiguió superar el estigma de no ser un “buen amante”? ¿Por qué decidió volver una y otra vez al mismo sitio en busca de conseguir tal certificación? ¿Por qué se empeñó en que fuera ella la que lo liberara del “hechizo”?






b) ¿Cuáles son los mandatos de género que N cree que debe cumplir, y para ello pasa de su bienestar y salud y se embriaga hasta el extremo sólo para tener relaciones sexuales sin protección con mujeres que desconocen su pasado (fracasado) sexual? ¿Por qué N no logra disfrutar del encuentro sexual en estado de sobriedad? ¿Qué pasa con las mujeres que intiman con N? ¿Por qué aceptan tener sexo bajo las condiciones que les impone y encima, tomarse la píldora “de emergencia” una vez satisfecho el macho? ¿Ellas disfrutan el encuentro con N? ¿Por qué no le exigen el uso del preservativo? ¿A qué arcanos deberes obedecen ellas y él?






c) ¿Vale decir que N se siente culpable por no haber tenido un hijo cuando la mayoría de sus pares (parientes varones) ya han engendrado al menos uno? ¿Buscaba inconscientemente cumplir el anhelo de su abuela? ¿Hay remanentes de la infracción que N cometió contra su amigo y la novia de éste que lo han orillado a autocastigarse exponiéndose a prácticas sexuales de alto riesgo?






d) ¿Cabe la posibilidad de pensar que N no es (total o solamente, si esto vale) heterosexual y que ha disfrazado de múltiples maneras un deseo que podríamos considerar bisexual u homosexual? ¿Qué es lo que N (no) sabe y/o descubrió de/en su cuerpo y le causa temor? ¿N ignora la naturaleza de su deseo? ¿Qué es lo que N se calla a sí mismo sobre su cuerpo, su sexo y su sexualidad?






e) ¿N es fruto de su tiempo de suerte que la irresponsabilidad, la pusilanimidad, la indiferencia (y otros elementos) son constituyentes de su (no) ser y su (no) actuar? ¿Es su padre un peso demasiado denso que ha terminado por desdibujar sus límites y anular sus propias expectativas? ¿N desea en función de los deseos de su padre (y su familia en general)? ¿N siente (en el fondo) que nadie lo quiere (ni familia, ni escuela ni amistades)?





f) ¿N renunció a sí mismo en el momento en que supo que no podría ser jugador profesional por razones económicas (sobre todo)? ¿Esa imposibilidad lo orilló a no-desear por cuenta propia y a depender solamente del destino, a abandonarse en la (su) “buena suerte”? ¿Es su supuesta “buena suerte” una manera de manifestar indiferencia ante todo? ¿Su irresponsabilidad es una suerte de melancolía?






g) ¿N es un cenutrio sin par que no ha sabido aprovechar/valorar las oportunidades, los esfuerzos y los recursos (familiares, económicos, institucionales) que se han puesto a su servicio para que se desarrolle como un ser humano pleno (hasta donde es posible serlo)? ¿N es el ejemplo claro de que no siempre toca a uno ser “el guardián de mi hermano”? ¿El acompañamiento debe devenir parasitismo? ¿Las acciones irresponsables (y sus consecuencias) de N sirven de argumento para no promover el acompañamiento, la solidaridad con los demás, para desistir de valorar la vida de los otros?






Sin duda, cualquier respuesta estará incompleta y formulará más preguntas de las que una situación de esta naturaleza a veces uno se plantea, no sin rabia ni pena, no sin empatía y al mismo tiempo juzgando, no sin evitar cuestionarse ¿qué haría yo en su lugar?






N conoce este texto y en lugar de emitir una crítica o exponer un malestar (que es lo que podía esperar) ha dicho “que tú lo hayas puesto así estuvo loquísimo, es lo más chido que he leído en mi vida, casi me chorreo; eres súper genial y no sé cómo lo haces”. Su reacción da cuenta de la superficialidad en la que se desliza sin apenas tropezarse o de la manera en que asume su vida, tan válida y respetable, a pesar de que sus acciones y omisiones repercuten en la vida de los demás. N vive o existe, forma parte de un circuito de sucesos en los que (in)cumple su función sin plantearse si eso que considera su vida, en realidad le pertenece. En todo caso, no seré yo quien tire la primera (ni la última) piedra.


Primera versión: lunes 12 de marzo de 2012
Texto con correcciones: jueves 22 de marzo de 2012

miércoles, 21 de marzo de 2012

SUBJETIVIDAD FARMACOPORNÓGRAFA

No es que yo me abrace al dolor, sino que éstos, los muchos dolores que han enraizado en mi cuerpo, se abrazan a mí. Un dolorerío cotidiano, que algunas veces, también es constante. Cada mañana, nomás despertar, ingiero mil gramos de ácido acetilsalicílico para exorcizar cualquier malestar que se haya anidado en mis articulaciones durante la noche. La tomo en versión efervescente, desde luego, para no lastimar el estómago y evitar recurrir entonces a veinte miligramos de omeprazol (mi amado Inhibitrón).




Tras la ducha, unto bajo los ojos una ligera capa de Active anti-age eye care with pure olive leaf concentrate y en el resto de la cara una película de Total age control cream; anti-wrinkle hidratation con la finalidad de mejorar la fachada, mantener a raya los signos visibles del desgaste y aspirar a permanecer en el mercado del deseo, si acaso vale.




Refuerzo mi caparazón con unas gotas de “Óleo Forte”, una esencia cítrica que aleja de mí las “malas” vibras. Otras más de Nasalub para hidratar la nariz. Y si no he dormido bien, un par de gotas de “Manzanilla Sophia” para humedecer la mirada. Masajeo mis pies con una crema “calmante y refrescante”. Y si descubro una nueva herida en la piel, la recubro con una película de isotipendilo (Andantol; buenísimo). Ahora mismo he comenzado la inyección de 2ml de tiamina, piridoxina y cianocobalamina, cinco aplicaciones durante diez días, para rendir al máximo, para potencializar mi energía.




La cantidad de menjurjes extra depende de la contingencia que me habite. Hay mañanas en las que necesito tan poco (y entonces me cuestiono si aún estoy vivo) que siento que una parte de mí deambulará desnuda entre las multitudes. Sí, soy un sujeto farmacopornógrafo que sostiene su subjetividad a base de sustancias para que la vida (mi vida) curse con normalidad, que no con naturalidad, si prolongo mis dedos en un teclado, los giros de mi mano en un mouse; mi presencia espectral bajo significantes visuales (ora imagen, ora texto) y auditivos. También revitalizo mi ritmo con un par de vodkas o unos tintos para llegar al final de mi jornada. Vivir no es fácil; sobrevivir, es un reto y la asunción de un costo.




“La sociedad contemporánea –cito a Preciado- está habitada por subjetividades toxicopornográficas: subjetividades que se definen por la sustancia (o sustancias) que domina sus metabolismos, por las prótesis cibernéticas a través de las que se vuelven agentes, por los tipos de deseos farmacopornográficos que orientan sus acciones” (:33). Así, rindo tributo al imperio farmacéutico sin apenas quejarme, de suerte que podría definirme una subjetividad omeprazol, como otros son subjetividad Prozac, subjetividad alcohol, subjetividad cortisona, etcétera.




Siguiendo a Preciado, “el verdadero motor del capitalismo actual es el control farmacopornográfico de la subjetividad, cuyos productos son la seratonina, la testosterona, los antiácidos, la cortisona, los antibióticos […] y todo aquel complejo material-virtual que puede ayudar a la producción de estados mentales y psicosomáticos de excitación, relajación y descarga, de omnipotencia y de total control” (:36-37). Visto así: ¿Qué hay de natural en mi cuerpo? ¿Qué queda de volición en mí? ¿Qué posibilidades reales existen de regresar al principio? ¿Cuál es el inicio? ¿Existe la posibilidad de subvertir este orden?




Lo que el amor desnuda en mí es la energía (Barthes) y lo que el capitalismo postfordista revela, al poner al descubierto el cableado que me articula, pero también los ductos por donde circulan y son absorbidas las sustancias que me sostienen con vida, es una “fuerza orgásmica” (potentia gaudendi) de excitación de un cuerpo condenado a cumplir/rendir, a permanecer conectado: “el cuerpo polisexual vivo es el sustrato de la fuerza orgásmica. Este cuerpo no se reduce a un cuerpo pre-discursivo, ni tiene sus límites en la envoltura carnal que la piel bordea […] este cuerpo es una entidad tecnoviva multiconectada que incorpora tecnología” (Preciado, 2008:39).




De suerte que podría escribir en mi estado de feis: excitado. Un estado permanente de deseo y angustia, de anhelo y frustración, de búsqueda y desasosiego, de presencia y desarraigo. La contradicción impura que funda la subjetividad adicta. En la era farmacopornográfica no hay lugar para confesar que se está molido. Porque quienes caducan, sencillamente no está conectados: no existen.






Preciado, B., (2008), Testo yonqui, Madrid, Espasa-Calpe.