MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

viernes, 7 de noviembre de 2008

MASCULINIDAD Y PODER

MASCULINIDAD Y PODER: la indisciplina en el aula como manifestación de hombría
César Ricardo Azamar Cruz

Introducción
Uno de los problemas de los muchos que debemos enfrentar los docentes dentro del aula, es el de la conducta inapropiada de las y los adolescentes, la cual trae consigo la indisciplina, que sumada a la poca o nula motivación del alumnado, genera caos, bajo rendimiento académico, confronta el binomio alumno-profesor y pone en jaque la normatividad de la institución; el conflicto se soluciona (aparentemente) si ocurre la separación del agente indisciplinado o con el abandono de la escuela por parte del docente. En ambos casos, no se ha remediado nada sino paliado un problema que requiere un tipo de resolución conveniente.
En este caso, la lectura del comportamiento de los alumnos del tercer semestre y de la mayoría de los grupos con quienes comparto el espacio escolar, la he realizado a partir de los lineamientos de los estudios de género y las masculinidades, campo de investigación que desarrollo desde hace algún tiempo.
Los problemas de conducta que acusan los estudiantes del grupo de tercer semestre del Instituto Francisco de Vitoria de la ciudad de Xalapa, obedece a lo que denomino hipermasculinización de las acciones de los varones, la cual oculta una infravaloración de la imagen propia (ergo, la masculinidad) de algunos hombres; la necesidad de reafirmar constantemente su masculinidad (entendida como poder) los somete a confrontaciones continuas que devienen en lo que se conoce como ‘mala conducta’ o indisciplina. Vayamos por partes.

Muchos y machos

Al inicio del ciclo escolar 2008-2009, el total de estudiantes inscritos en el grupo único de tercer semestre era de 18 personas; de los cuales solamente 3 pertenecen al sexo femenino, así que el resto corresponde a 15 varones. La edad promedio frisa los 16 años. Y podemos suponer que la mayoría posee una posición económica desahogada que le permite a sus padres (casi siempre a la madre) costear la colegiatura[1].
El reto que se me planteaba era doble:
a) Interesarlos en el estudio de la literatura,
[2] y
b) Conseguir que 15 hombres se atrevieran a manifestar (verbal y por escrito) su valoración respecto a la lectura y análisis de los textos planteados para dicho fin.
El conocimiento de la construcción de las masculinidades que poseo y la vivencia acumulada en la impartición de la asignatura en ésta y otras instituciones, no hacia más que acrecentar la especulación, que no los temores. Asimismo, cabe señalar que para algunas y algunos estudiantes yo no era el ‘maestro nuevo’ sino un ‘viejo conocido’, y con ello, actualizaban la experiencia de los logros y yerros alcanzados durante el trabajo realizado dos semestres atrás. Hasta aquí nada fuera de lo cotidiano había sucedido.
Conforme avanzamos en el curso descubrí, que las tres alumnas hicieron un grupo del cual excluyeron a sus compañeros y desde su gueto femenino se defienden de las manifestaciones agresivas (cariñosas, pensarán ellos) que sufren de parte de sus compañeros varones. Pues ellos, sin darse cuenta ni proponérselo (tal vez) pretenden en todo momento integrarlas al amplio –pero selectivo- coro machista que campa a sus anchas en el aula. Es importante hacer hincapié que, el núcleo macho dejó fuera a los varones de nuevo ingreso y a aquellos cuya representación de la masculinidad disentía de la que ellos, los jueces, portan, insisto, quizá inconscientemente.
A medida que transcurrían las semanas el grupo sufrió algunos cambios debido al ingreso y baja de algunos estudiantes, lo cual redujo a 15 el total de integrantes: las 3 mujeres y 12 varones que representan distintas maneras de ‘ser hombre’.
Cabe señalar que puede resultar extraño que las tres jóvenes aún permanezcan en el grupo sin manifestar (al menos lo desconozco) intenciones de abandonarlo. Esto puede deberse a tres situaciones:
a) Han construido un subgrupo sólido, que sin bien no consigue frenar el avance masculino, sí les permite confrontar a la tribu de machos.
b) Siguiendo un patrón de conducta sexista, se han acostumbrado al acoso, el maltrato, la sujeción y la subordinación que sus compañeros ejercen sobre ellas, y lo justifican pensando que así son los hombres
[3].
c) Han conseguido sortear sin grandes pérdidas, su estancia en un aula donde predominan los hombres; después de todo, pueden pensar que es preferible que sea así; pues la existencia de una nueva compañera desestabilizaría las alianzas que existen dentro del salón de clases: estadísticamente le corresponden cuatro varones a cada mujer.

Aquí mando yo

Una característica que distingue (y podría decirse, afirma) a los varones, es el ejercicio del poder (para ello somos educados desde pequeños); detentarlo sin restricciones, es el anhelo de muchos (y muchas), y en el grupo de tercer semestre, este deseo desencadena confrontaciones en serie cada día.
Debido a la indisciplina de algunos jóvenes, el baño de hombres cumplió ya ocho semanas sin contar con papel higiénico: los ‘niños’ lo utilizaban irresponsablemente para otros fines, y la Dirección decidió sancionar a todos los usuarios de este espacio. Los varones implicados no interpretaron este gesto como un castigo sino como un triunfo (en sentido práctico ellos ganaron), y la consecuencia de sus acciones la seguimos padeciendo el resto de la población masculina.
Algunos varones del grupo han destruido inmobiliario del aula y en consecuencia han sido suspendidos un par de días u obligados a reponer el costo económico del material dañado (ignoro si también el de la mano de obra que remedia sus destrozos), pero desconozco si han sido llamados a cuentas y si se les ha impuesto la realización de un servicio social que incidiría directamente en su inflamado ego machista, lo cual los llevaría necesariamente a detenerse y reflexionar sobre sus acciones. Pero son hombres y no los cuestiona nadie; ellos leen esta omisión como una prerrogativa de su condición de machos. Ningún docente ni ninguna sanción administrativa pueden inhabilitar lo que consideran un derecho natural. De ahí que para contrarrestar a sus acciones, sea necesario identificar el origen de sus motivaciones violentas para cortar de raíz el proceso que activa su indisciplina.
El poder es la manifestación visible de que se es hombre, pero hay que reafirmarlo constantemente y esto es lo que hace la mayoría de los varones en este grupo. Algunos practican futbol de manera profesional o amateur, da lo mismo, lo cual hace que algunos de ellos se sienten ‘más hombre’ que el resto de los varones que no comparten su ‘pasión’. Pero como son varios los ‘más hombre’ que coinciden en el aula, la guerra por obtener la supremacía provoca no derramamiento de sangre pero sí indisciplina, caos, estrés, agotamiento, desinterés en los estudios por parte de algunos de ellos y también en ellas, hastío, es decir, una atmósfera densa que contagia también al cuerpo docente[4].
La práctica de un deporte que ellos consideran de ‘hombres’ les lleva a despreciar cualquier manifestación de la masculinidad que disienta de la que ejerce el núcleo duro: ellos deciden quién es hombre y quién no lo es. Desde ese arbitrio subjetivo ejercen su poder y su hegemonía: con ellas (aparentemente) no hay problema, pues dan por hecho que a las mujeres (o a algunas) el futbol no les gusta, pero su juicio es implacable con el resto de los varones a quienes condenan –desde su valoración machista- porque les parecen frágiles, por sentimentales, por su vestimenta o su manera de hablar, por lo que no hacen, por lo que parecen o por lo que según ellos (los machos) creen es.
Es tal la emisión de críticas que la excesiva regulación (autorregulación) mantiene sobre ellos mismos, que están impedidos para darse cuenta de su cenutriez y su intolerancia y con ello se niegan la posibilidad de diálogo intrapersonal e interpersonal, que les supondría una relajación del ejercicio de la hipermasculinidad, por lo tanto, una menor carga de violencia ejercida contra ellos mismos y contra los demás, en consecuencia, otra actitud dentro del aula.
Pero es tan grande el temor a no ser (no verse, no parecer, no creerse) lo suficientemente hombre, que no solamente son intolerantes, homofóbicos, tiránicos y misóginos sino que caen en lo que tanto temen: el parecer poco hombre, pues, paradójicamente, no conviven con ellas tanto como con ellos, los integrantes del núcleo duro de la masculinidad, con aquellos, que según sus criterios machistas, sí son hombres verdaderos. El núcleo duro les da la seguridad que su baja autoestima les socava: si me ven con los machos pensarán que yo también lo soy; si me observan con ‘otros’, supondrán que yo soy como ellos, los raros. Dudarán también de mí.
Lo que les aterra es que se dude (sospeche) de la imagen masculina que tienen de sí mismo, la más de las veces distorsionada. Dicha imagen existe sólo en su mente y no en la mirada de quienes los vemos. El problema no está afuera (en la institución, en el profesorado, en el personal administrativo) sino adentro y corresponde a cada uno de ellos solucionarlo. Los sistemas físicos tienden al equilibrio: a menos valoración de la propia estima, mayor ostentación de poder hará el individuo.

Género y literatura

El desarrollo de las actividades propuestas para el curso de Literatura I ha permitido que emerjan las distintas masculinidades que conviven en el aula, pues a través de los textos y películas seleccionadas ha sido posible observar el comportamiento del alumnado; dichos criterios de selección obedecen a dos criterios:
a) Cumplir con los contenidos que señala el programa oficial de la asignatura según la Dirección General de Bachillerato.
b) Incentivar la reflexión sobre el ejercicio del papel de género[5] que representamos en el espacio social, y el salón de clases desde luego que lo es.
Paradójicamente aquellos que hacen mayor ostentación de su masculinidad, son quienes mejores comentarios y análisis de textos realizan; lo cual podría interpretarse como una manera de satisfacer la necesidad de expresarse y ser atendido.
Algunos de estos varones han sido capaces de volcar en unas páginas las sensaciones, emociones, vivencias, aspiraciones y temores que la lectura de los textos actualiza en ellos; no se atreven a decirlo en voz alta pero sí lo confiesan en el papel, porque saben que lo referido queda atrapado entre la hoja y quien lo lee en la lejanía del aula.
La existencia de una emotividad en estos varones (hasta el momento ninguno de ellos ha manifestado su inconformidad con las actividades de la asignatura y la exposición de la misma) prueba la necesidad que tienen estos jóvenes de hacer un alto en su camino para reconsiderar y resignificar su concepto de hombre, de masculinidad y el ejercicio de la representación de la misma.
No son cuerpos acabados –más bien lastimados- ni identidades fijas (aun cuando ellos aseguran lo contrario, porque asocian ineludiblemente la idea de que identidad es igual a hombría) sino individuos en constante movimiento, hombres en tránsito, masculinidades en construcción, que pueden desechar aquello que han lastrado y los ha castrado, no únicamente en su emotividad sino en su sexualidad y su visión del mundo. Las prácticas de riesgo
[6] y aquellas violentas a las que exponen su cuerpo obedecen a una urgencia (absurda cuando se ha tomado conciencia de la misma) de afirmación y aceptación consigo mismo y entre sus pares; necesidad que se extiende hacia ellas[7] y el mundo adulto.

Conclusiones

A partir de la observación de los comportamientos de las y los estudiantes de tercer semestre, contemplados desde un enfoque de género, se puede especular que sus actuaciones obedecen, más que a una indisciplina, sí a una lucha de poder y control que haga patente la existencia de un líder dentro del aula, que exprese la preeminencia de su masculinidad sobre el resto de los varones y las mujeres; lo que convierte a los otros en portadores de una masculinidad fracasada; de ahí que las relaciones que establecen entre ellos estén basadas en el ejercicio de algunas formas de violencia. Esto explica, aunque no se justifique, la pelea por el control en el aula que mantienen estos doce varones y que la convierten en un campo de guerra permanente, la cual deviene una falta de respeto entre ellos, que termina por parecer normal, una suerte de lógica que explica su manera de ser. Asimismo, este proceder, justifica la ausencia de amabilidad, de comunicación que no implique la violencia, los golpes, el uso de un vocabulario sexista (machista) y la expresión verbal a gritos, acciones que realizan cotidianamente estos alumnos.
Para que estos varones se atrevan a dialogar consigo mismo es necesario motivarlos a ello, esto puede ser posible desde la puesta en práctica de algunas competencias de varias asignaturas; incentivarlos a escribir y leer en voz alta sus puntos de vista respecto a un tema o situación concretas, ejercitarlos en la manifestación de sus emociones mediante el diálogo respetuoso entre las distintas maneras de ser mujer y de ser hombre que conviven en el aula, compartirles desde nuestro ser y hacer, que el ejercicio de las masculinidades y feminidades es un horizonte amplio de posibilidades que no debe constreñirse a una visión dicotómica de la realidad (hombre-mujer, masculino-femenino, homosexualidad-heterosexualidad) que somete al individuo, lo empobrece y lo discapacita para el diálogo y la convivencia con la diversidad que caracteriza la dinámica de las nuevas relaciones entre mujeres y hombres.

NOTAS:
[1] Ignoro si algunos de estos estudiantes posee una beca que sufrague la mitad o el cien por ciento el costo de la colegiatura.
[2] Asignatura que debe cursarse en el tercer semestre de bachillerato, según la currícula del nuevo plan de estudios de la DGB.
[3] Si existe rechazo o disidencia con respecto a la forma de actuar de los varones, la desconozco, pues dentro del aula las relaciones entre ellas y ellos ocurren con naturalidad.
[4] Habría que censar la opinión del colectivo docente que imparte clases en este grupo, para conocer hasta qué punto la actitud de unos cuantos modifica la estabilidad y los intereses de todos.
[5] Es la representación social que hacemos en función de nuestro sexo biológico: masculino, si se nace hombre o femenino, si se es mujer.
[6] Entendidas éstas como el ejercicio de una sexualidad apresurada, que implica las más de las veces, la práctica de relaciones sin protección, así como el consumo desmedido de alcohol y otras sustancias tóxicas a la menor provocación. Lo cual también incide, en ocasiones, en el comportamiento violento que acusan ciertos jóvenes.
[7] “Enloquecen” ante la proximidad o la visión de una mujer cuyos atributos físicos, cadera y senos prominentes, representan la imagen de lo que ellos suponen una hiperfeminidad.

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