MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

jueves, 23 de julio de 2009

DEFINIENDO LA BISEXUALIDAD

¿Dónde se ubica la identidad sexual -el deseo- de un sujeto: en el inconsciente, en el cuerpo, en la práctica? ¿Existe una ubicación exacta del deseo? ¿Quién o qué define lo heterosexual, lo homosexual o lo bisexual?
Si bien no es necesario declararse o asumirse bisexual para hablar de tal experiencia, es verdad que si se ignora mucho al respecto es porque quienes así se asumen han hablado poco sobre su vivencia, la cual se limita, la mayoría de las veces, a quejas de que en el colectivo gay son rechazados (se les acusa de gays no asumidos, de closet) y que en la pandilla de sus amistades bugas no pueden confesarlo so pena de ser excluidos por putos. Y como ambas orillas les resultan hostiles mejor se callan e invisibilizan o se camuflan como sujetos open mind (para los heterosexuales) o como gays progres (para la pandilla lésbicogay).
Ninguna de las opciones elegidas aporta novedades a su situación especial, en tanto que es una forma de asumir el deseo y de encarar al objeto u objetos del mismo, y que podría revelar mucho sobre la naturaleza sexual de los sujetos: desde probar que el deseo no tiene objeto y que éste es condicionado por la cultura hacia una sola dirección (la heterosexualidad normativa) hasta evidenciar que la complementariedad Hombre-Mujer es restrictiva porque sólo se reduce a la reproducción de la especie.
¿Qué podría revelarnos un sujeto bisexual sobre las maneras de mirar, tocar, besar, adentrarse en un cuerpo? ¿Sería posible salirse de la dicotomía homosexual-heterosexual y aceptar que hay una tercera posibilidad? ¿Existe en realidad una monosexualidad? Mauricio List (Masculinidades Diversas) asegura que "una práctica sexual no conlleva una identidad sexual". ¿Qué es lo que hace, entonces, al homosexual, bisexual, heterosexual? ¿La intencionalidad con la que se lleva a cabo un acto sexual? ¿La iterabilidad de la práctica? ¿Los sujetos que participan en la misma?
Sobre el deseo es poco o nada lo que sabemos; eso sí lo tenemos claro. Y mientras no se represalie el cuerpo a causa de la falta de palabras para nombrarlo, que se siga indagando en la naturaleza del mismo. En tanto algunos cuerpos siguen dando tumbos (como si volaran con un ala rota) en busca del objeto que los haga sentirse plenos en lugar de abandonarse al vector que los llevaría disfrutar sin complejos.

martes, 21 de julio de 2009

METROMASCULINIDAD

¿Por qué a un hombre le cuesta tanto trabajo ser hombre? ¿Es difícil ser hombre? Las preguntas no aspiran a ser una tautología ni a crear un aparato crítico que desmantele las que ya existen, es únicamente una cuestión que aspira a centrar en la reflexión, más que en el debate, la movediza condición de los hombres.
Considero que a un varón le resulta complicado (cuando se lo piensa) ser hombre porque continuamente está confrontándose con otros varones para situar su grado de masculinidad; el nivel de hombría en el que se encuentra -siempre- con respecto a los demás. Realidad que le preocupa porque no quiere saberse ubicado por debajo de los parámteros de aquéllos. La existencia de un termómetro que registra la cantidad de hombría en un cuerpo nacido macho activa la esquizofrenia por medirse constantemente.
Al ser una cualidad estacional, pasajera, la masculinidad se convierte en una necesidad imperante que debe ser satisfecha bajo múltiples medios sin importar su validez, si son o no éticos, dañinos para el cuerpo de los hombres, contraproducente; todo resulta válido con tal de alcanzar el efímero estatus de hombre masculino. Y después, el enorme esfuerzo -inversión de recursos- para prolongar la estadía en el lugar privilegiado.
Porque yo lo valgo, reza el spot de una marca famosa de productos de belleza y cuidado personal; dicha aseveración parece justificar el tortuoso -así lo creo- camino de pruebas que los hombres van recorriendo a cada momento. La exigencia parece no dar tregua. Hay que probar o demostrar que se es el más inteligente, más guapo, más audaz, más atrevido, más apto para ciertas actividades, más chingón, más probo, más capaz y una lista enorme de más; enumeración que también puede expresarse de manera contraria: resulta más hombre el que es menos pendejo, menos cobarde, menos dependiente, menos indeciso, menos limitado y así ad nauseam.
De suerte que ser hombre termina por parecer más una desgracia -en el sentido que los griegos dieron al sino- que una forma de ver el mundo. La masculinidad atribuida al cuerpo de los varones como una consecuencia de su estado natural de macho (propiedad inherente) le confiere a los hombres a una vez el honor y la desdicha. El privilegio y la herida.
Por ello los hombres avanzan por la vida a tientas -sin parecer bailarinas- y con aplomo -simular que se anda con paso firme- porque el camino de la masculinidad es un sendero minado: no parecer lo suficientemente hombre en tal situación, alejarse de los ordenamientos de género (ser y actuar con poder, mostrarse racional, no caer en sentimentalismos, entre otros), poner en riesgo la categoría de lo que significa/representa lo viril, afeminarse y en consecuencia rebajarse (cuando lo femenino se lee siempre como subordinación), aproximarse peligrosamente a lo no heterosexual (porque se considera que hombre, masculinidad y heterosexualidad son consecuentes entre sí en el cuerpo de los varones) etcétera.
Es esta demanda de pefecta actuación de lo viril lo que estresa a los hombres, los violenta, los imposibilita -los limita- a expresarse como de verdad querrían hacerlo. ¿No existen hombres emotivos pese a la restricción lapidaria de los hombres no lloran? ¿Tienen los hombres todo el poder y control sobre sus propios cuerpos y el de los demás todo el tiempo? ¿Es ajeno al sentimiento del miedo, la inseguridad, el amor y la pena a la experiencia corporal de los varones?
Los hombres deberían aprender -como lo están haciendo las mujeres- a despojarse de los corsets que la sociedad ha impuesto como mandatos que deben cumplirse so pena de quedar relegados del discurso normativo o al margen de las políticas de ciudadanía bien pensante a fuer de actuar con una moral castrante y la más de las veces, tendenciosa. Los cuerpos (machos y hembras) tienen derecho a manifestarse libremente, a vivir de acuerdo con aquello que los mantiene unificados y no asumir aquello que los escinde, hiere o mata.
Existen múltiples maneras de ser hombre (y afuera de ello queda -es un decir- si se es heterosexual, bisexual u homosexual; masculino, femenino o ambos) y es necesario empezar a restaurarle ese derecho al cuerpo de los varones. Después de todo, sólo el cuerpo nos pertenece casi por derecho propio.

sábado, 4 de julio de 2009

FORMAS DE RESISTENCIA

¿Qué le queda a un sujeto cuando no tiene palabras ni existen pruebas que avalen su lucha contra la injusticia? ¿Es posible suponer a priori que el sujeto cuenta con algún mecanismo de defensa contra posibles injusticias?
Un cuerpo es más que una envoltura (dixit Marta Lamas), es también más que un conjunto de miembros y órganos articulados que permiten existir, el cuerpo es la frontera que separa al sujeto de otros sujetos y de la realidad. El cuerpo sitúa en un plano específico al sujeto y le posibilita la acción.
El cuerpo es el contenido y el continente de un sujeto que pertenece a un contexto específico que lo define, lo marca, lo prediseña y al mismo tiempo, lo transforma. El cuerpo es la armadura sobre la que arremeten las porras de la autoridad que intenta someterlo. Es el lugar donde acontece la vida, el deseo y la muerte. Podría decir, que el cuerpo es el intervalo en el que ocurren los acontecimientos. El cuerpo mismo es el Gran Acontecimiento.
Por ello cuando las instituciones quieren someter a los sujetos lo primero que le atacan es el cuerpo: se le muele a palos, se le amordaza, se le tortura, se le silencia, se le desmiembra, se le desaparece, se le mata. El cuerpo es el lugar de la incomodidad y de la confrontación política (correcto vs incorrecto), de la negociación ideológica (libre o prisionero), de la represión (placer vs castigo), es el espacio del deseo y de la rabia, de la contención y del desbordamiento.
Basta con levantar la mirada y observamos cuerpos que se encuentran sujetos a alguna de las amarras que el Estado, la cultura, el contexto donde se habita impone como condición para ocupar ese espacio, quien mira también es un cuerpo sitiado y situado (dixit Marisa Belausteguigoitia). El cuerpo es referente y marco de referencia a la vez. Es el que siempre está, ya enunciado, ya presencialmente, aún en ausencia se hace efectivo.
El cuerpo es la casa, el hogar, el país, la bandera, el camino, el sepulcro. La fuente de la voz que cuestiona y el lugar donde muere el eco, el silencio, el escenario donde se libra la resistencia.