MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

martes, 21 de julio de 2009

METROMASCULINIDAD

¿Por qué a un hombre le cuesta tanto trabajo ser hombre? ¿Es difícil ser hombre? Las preguntas no aspiran a ser una tautología ni a crear un aparato crítico que desmantele las que ya existen, es únicamente una cuestión que aspira a centrar en la reflexión, más que en el debate, la movediza condición de los hombres.
Considero que a un varón le resulta complicado (cuando se lo piensa) ser hombre porque continuamente está confrontándose con otros varones para situar su grado de masculinidad; el nivel de hombría en el que se encuentra -siempre- con respecto a los demás. Realidad que le preocupa porque no quiere saberse ubicado por debajo de los parámteros de aquéllos. La existencia de un termómetro que registra la cantidad de hombría en un cuerpo nacido macho activa la esquizofrenia por medirse constantemente.
Al ser una cualidad estacional, pasajera, la masculinidad se convierte en una necesidad imperante que debe ser satisfecha bajo múltiples medios sin importar su validez, si son o no éticos, dañinos para el cuerpo de los hombres, contraproducente; todo resulta válido con tal de alcanzar el efímero estatus de hombre masculino. Y después, el enorme esfuerzo -inversión de recursos- para prolongar la estadía en el lugar privilegiado.
Porque yo lo valgo, reza el spot de una marca famosa de productos de belleza y cuidado personal; dicha aseveración parece justificar el tortuoso -así lo creo- camino de pruebas que los hombres van recorriendo a cada momento. La exigencia parece no dar tregua. Hay que probar o demostrar que se es el más inteligente, más guapo, más audaz, más atrevido, más apto para ciertas actividades, más chingón, más probo, más capaz y una lista enorme de más; enumeración que también puede expresarse de manera contraria: resulta más hombre el que es menos pendejo, menos cobarde, menos dependiente, menos indeciso, menos limitado y así ad nauseam.
De suerte que ser hombre termina por parecer más una desgracia -en el sentido que los griegos dieron al sino- que una forma de ver el mundo. La masculinidad atribuida al cuerpo de los varones como una consecuencia de su estado natural de macho (propiedad inherente) le confiere a los hombres a una vez el honor y la desdicha. El privilegio y la herida.
Por ello los hombres avanzan por la vida a tientas -sin parecer bailarinas- y con aplomo -simular que se anda con paso firme- porque el camino de la masculinidad es un sendero minado: no parecer lo suficientemente hombre en tal situación, alejarse de los ordenamientos de género (ser y actuar con poder, mostrarse racional, no caer en sentimentalismos, entre otros), poner en riesgo la categoría de lo que significa/representa lo viril, afeminarse y en consecuencia rebajarse (cuando lo femenino se lee siempre como subordinación), aproximarse peligrosamente a lo no heterosexual (porque se considera que hombre, masculinidad y heterosexualidad son consecuentes entre sí en el cuerpo de los varones) etcétera.
Es esta demanda de pefecta actuación de lo viril lo que estresa a los hombres, los violenta, los imposibilita -los limita- a expresarse como de verdad querrían hacerlo. ¿No existen hombres emotivos pese a la restricción lapidaria de los hombres no lloran? ¿Tienen los hombres todo el poder y control sobre sus propios cuerpos y el de los demás todo el tiempo? ¿Es ajeno al sentimiento del miedo, la inseguridad, el amor y la pena a la experiencia corporal de los varones?
Los hombres deberían aprender -como lo están haciendo las mujeres- a despojarse de los corsets que la sociedad ha impuesto como mandatos que deben cumplirse so pena de quedar relegados del discurso normativo o al margen de las políticas de ciudadanía bien pensante a fuer de actuar con una moral castrante y la más de las veces, tendenciosa. Los cuerpos (machos y hembras) tienen derecho a manifestarse libremente, a vivir de acuerdo con aquello que los mantiene unificados y no asumir aquello que los escinde, hiere o mata.
Existen múltiples maneras de ser hombre (y afuera de ello queda -es un decir- si se es heterosexual, bisexual u homosexual; masculino, femenino o ambos) y es necesario empezar a restaurarle ese derecho al cuerpo de los varones. Después de todo, sólo el cuerpo nos pertenece casi por derecho propio.

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