MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

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viernes, 14 de noviembre de 2008

EMPODERAMIENTO Y RESIGNIFICACIÓN DE LA IDENTIDAD FEMENINA

En un principio uno podría suponer que ambos términos designan una misma realidad: la de una mujer que cobra conciencia de sí misma (de su género, de su papel de género y de su identidad del papel de género) y obra en consecuencia, liberándose de esa opresión cultural (recordemos que el género condiciona a los cuerpos sexuados).
Sin embargo, considero que dichos conceptos no pueden considerase como sinónimos, en tanto que esa toma de conciencia que experimenta la mujer, la realiza desde dos ejes de referencia diferentes: desde la perspectiva del patriarcado (una visión machista) o desde un enfoque per se.
La definición amplísima del concepto empoderamiento se aproxima a la reflexión crítica, el mecanismo mediante el cual se desarrolla una conciencia despierta, un cambio de mentalidad frente al lugar del sujeto respecto a la naturaleza y la sociedad, condición necesaria para alcanzar una acción transformadora. Se identifica el empoderamiento como un proceso por medio del cual las mujeres incrementan su capacidad de configurar sus propias vidas y su entorno, una evolución en la concientización de las mujeres sobre sí mismas, en sus estatus y en su eficacia en las interacciones sociales. Su uso en algunas disciplinas especialmente en educación de adultos, trabajo comunitario y trabajo social es relativamente más avanzado. Aunque también en estos ámbitos se podría tener más claridad respecto al concepto y sus aplicaciones. El empoderamiento es un concepto que sólo tiene significado cuando se utiliza en el contexto de la transformación social, según la concepción feminista del mundo, es decir, cuando conserva las prácticas feministas centrales: la participación y el diálogo.
En tanto que la resignificación de la identidad femenina -según Montesinos- alude a un complejo proceso de cambio cultural en el cual, desde luego, lo más significativo es la participación de la mujer en las estructuras económicas y su acceso a las esferas del poder, que aunque limitadas por el techo de cristal, proyectan a una mujer existosa: "una mujer con poder que ejerce igual sobre mujeres que sobre hombres".
De manera que, aunque ambos conceptos coinciden en definir una participación activa de la mujer, sí es posible contemplar en ellos un matiz que los diferencia. La autonomía y el dominio son parte del empoderamiento, pero se requiere de la libertad para elegir. Ya que no basta la percepción personal y psicológica del empoderamiento sino que también es preciso situarlo en su contexto político e histórico, con la finalidad de analizar la diferencias entre el sentido de empoderamiento que tiene el individuo y su habilidad real para controlar la toma de decisiones. Para alcanzar este poder (empoderarse) deben asumir -muchas veces- estrategias, instrumentos, actuaciones consideradas culturalmente propias de los varones, por lo cual se les llega a acusar de sufrir un proceso de virilización sin que esto signifique que sean hombrunas o lesbianas (conclusiones reduccionistas de algunos).
En realidad la analogía no explica convenientemente el proceso de asunción al poder por parte de las mujeres. Pero puede ayudar a comprenderlo a muchas personas. Después de todo, tradicionalmente las mujeres han permanecido durante siglos sojuzgadas bajo la bota del tirano, y en todo este tiempo (desde el silencio y la sombra) han aprendido los códigos mediante los cuales los hombres asumen, detentan y negocian el poder. Así que puede parecer lógico que haciendo una extrapolación de estos instrumentos masculinos hayan decidido un día obrar en consecuencia. Recuérdese, ante la posibilidad de acceder al poder, las mujeres carecen (carecían) de una guía que las instruyera en la ejecución del mismo, ya que no existen modelos a seguir de mujeres poderosas, no porque no los haya habido a lo largo de la Historia, sino porque las tecnologías de género (discurso oficial de la historia) las ha silenciado para no poner en riesgo el poder machista.
Considero, que una vez que una mujer que ha llegado al ejercicio del poder mediante un acto de empoderamiento, entonces sí puede reflexionar sobre su propio ser y hacer y en consecuencia ejercer ese poder con matices propios de una visión del mundo femenino -por decirlo de alguna manera-; que dicha ejecución estará contaminada por la visión de género, desde luego que sí, no se puede hacer tabula rasa de siglos de opresión.Pero esa mujer herederá a otras mujeres distintas maneras -más propias- de detentar el poder; después de todo, el haber carecido de una participación dinámica de la vida social y ejercer la maternidad en múltiples circunstancias, las ha sensibilizado -a algunas- a la hora de repartir tareas, jerarquizar, priorizar, establecer alianzas más en función de su eficacia que de compromiso (como suele suceder más en los varones que colocan en sitios estratégicos a compañeros, compadres o cómplices).
A esta segunda etapa de la detención del poder es a lo que yo llamaría resignificación de la identidad femenina; ese momento siguiente en el cual una nueva generación de mujeres accederá y ejercerá el poder, ya con los instrumentos y habilidades adquiridas, modeladas (con estilo propio, femenino) y heredadas de aquellas primeras que tuvieron que empoderarse (masculinizarse, amacharse) para alcanzarlo. Ojalá que este proceso ya puesto en marcha no devenga en una anulación de la participación masculina; pues además de significar una catástrofe social, lo cierto es que se requiere inevitablemente la acción de ambos géneros.
Montesinos, Rafael: Masculinidades emergentes, Porrúa- UAM, México, 2005.

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