MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

martes, 18 de noviembre de 2008

MASCULINIDADES INCOMPLETAS

Lo que más duele no es lo que termina, lo que concluye, sino lo inacabado; lo que subsiste 'a medias'.
Considero que si existe una realidad que lastima sobre manera a un varón, es la de saber que su proyecto Hombre está inconcluso y que no habrá de terminarlo por más que se esfuerce. Por la sencilla razón, de que la finitud de la obra (su obra) no depende únicamente del implicado sino también de muchos otros, los otros varones. Y dado que las miradas que se vierten sobre el cuerpo macho son cambiantes y siempre huidizas, el sujeto observado será visto como un rompecabezas a medio terminar. Sí, con un sentido de ser que se logra al llenar los espacios vacíos pero sin la sensación (satisfacción) de plenitud.
Se sabe que 'ser hombre' es una construcción de las miradas: la propia y las ajenas. Un constructo que varía según el ángulo de la visión del otro o si es contemplado o eludido. Si un varón no es observado entonces no existe, porque no tiene ante quien desplegar la ejecución de su persona. Y esto, porque desafortunadamente los varones asociamos como indisolubles los conceptos identidad y masculinidad. Craso error. Ambos son conceptos diferentes que nombran realidades distintas.
Ahora sabemos que la identidad no es una ni fija ni invariable ni aislada por decir lo menos; es una consecuencia de una relación de oposición con otros (mujeres y hombres) o de extensión o prolongación (con seres similares). En tanto que la masculinidad es un conjunto de atributos fugaces que se 'cuelgan' al cuerpo macho para caracterizarlo y diferenciarlo del cuerpo femenino. Una metáfora. De manera que si queremos ensamblar ambos términos para nombrar una realidad única y estable, lo que tenemos es un caos que se cansa -aunque no lo reconozca- de ser hombre.
Los hombres -como las mujeres- nos vamos definiendo (si ese es el caso) constantemente en función del sitio que ocupamos en el espacio social (en tanto sujetos gregarios) y físico (en cuanto a materia); en consecuencia, adoptamos distintos matices que nos conforman de manera diferente para cada mirada que nos observa desde sistemas de referencia infinitos que por lo mismo no pueden ser abarcados. Pero si a esta limitación (huelga decir, física) le agregamos que los varones (la mayoría) desconfiados de la propia virilidad, necesitamos -así somos formados- reafirmar continuamente nuestro papel de hombre 'fuerte', dejamos expuesta la fugacidad de la masculinidad. La brevedad del instante 'soy hombre', lo inacabado del proyecto macho.

Mientras que las mujeres no suelen ocuparse mucho por nombrarse -o creerse- mujeres; los varones -muchos- existimos en función de ese refrendo continuo de declararnos hombre. En este caso, existe una subordinación constante al acto de habla proferido por terceros: Ése cabrón es un hombre. Yo soy muy hombre. A mí me la 'pelan' todos porque yo soy su padre. La serie de enunciaciones destinadas a reforzar la hombría más bien parecen inventarla y mantenerla viva mediante la vida artificial que le brinda la mirada y la emisión del juicio de los otros.
No somos proyectos que conocerán su feliz término. No alcanzaremos (jamás) a frenar la movilidad de nuestra noción de identidad masculina. Por más que aceleremos parecemos condenados a avanzar con nuestra masculinidad en 'números rojos', a menos claro está, de que dejemos de perseguir fantasmas y asumamos que la delimitación de uno mismo empieza por la mirada y enunciación propios.

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