MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

sábado, 6 de diciembre de 2008

HOMBRES Y FUTBOL


Entre los múltiples problemas que tienen algunos hombres, se encuentra el de establecer una relación directa entre hombría y futbol; una obligación parecida a la que crea la asociación hombre y heterosexualidad u hombre y masculino. Con creencias así, merecidos nos tenemos –injustamente los hombres que sí somos reflexivos- el chiste aquél que refiere que los hombres no somos capaces de prestar atención a más dos cosas a la vez, pues la mirada masculina –machista- es dicotómica y no consigue mirar más allá del parámetro causa-efecto; tal es el concepto de racionalidad que adolecen muchos todavía.

En otro momento he señalado, que aquello que entendemos como atributos de la masculinidad colocados sobre el cuerpo macho, el de varón, no lo conforman una masculinidad sino un ente metaforizado; las cualidades o propiedades de un cuerpo que se entiende fuerte, seguro, poderoso o valiente se colocan sobre la desnudez frágil de los varones y los convierte (abracadabra) hombres. Nos hace hombres.

Pero a diferencia de la mayoría, algunos pronto comprendemos que dichas características son atribuciones subjetivas, producto de una convención que se nos ha impuesto a mujeres y a hombres y se ha convertido en una norma hegemónica, excluyente, cenutria. De ahí que una cantidad impresionante de varones crea fielmente –como cree en Dios, en el TRI, en Televisa o en santa Claus- que manifestar su gusto irrefrenable por el futbol y su práctica lo mantiene en la cresta de la masculinidad (entendida como sinónimo de hombre).

Observen las manadas de machos deambulando por las calles los fines de semana preferentemente, luciendo sus modelitos (camiseta y short) ‘piratas’ de selecciones y equipos nacionales o de otros países, portándolas con orgullo, avanzando con las piernas abiertas –el bulto que hay entre ellas es enorme y dificulta un andar erguido, más propio del homo erectus-, meneando sus panzas cocacoleras o cheleras, mirando con desdén a las mujeres ('qué comen los pajaritos') y a otros tipos que no pueden lucir con orgulloso la masculinidad que éstos portan. Son vulgares, cortos de pensamiento, irracionales, sólo repiten y alegan a partir de opiniones que han escuchado en voz de los comentaristas deportivos. Muchos, ni siquiera juegan (bien) futbol.

Ignoran qué significa ‘democracia’, ‘violencia de género’, ‘masculinidades’, reforma del estado’, pero manejan al dedillo los nombres de jugadores, equipos de futbol, ligas y liguillas, torneos, record de goles y una lista sin fin de expresiones inconscientes de sus deseos malogrados. Detrás de cada macho futbolero de fin de semana está un jugador frustrado que tuvo menos suerte que Beckham y que Villa, la estrella española de la eurocopa. Pero eso no es justificación para no portar sus camisetas con el número 10 ó 7 como sinónimo de éxito, como si éste se obtuviera ipso facto por contagio.

Los hombres que persiguen sus sueños en el movimiento de un balón son representantes de una masculinidad ambigua que supera la incertidumbre que podría causarnos la contemplación de un travesti o una Drag Queen; en éstos, uno sabe que el disfraz va sobre una identidad definida. Mirando a los machos futboleros, uno contempla el deseo doloroso (y necesario) de ser certificado socialmente como hombre. Y envidiado, respetado, poderoso.

No existe –supongo- mayor incertidumbre que la que habita en esos machos que desprecian a quienes no compartimos su pasión por el esférico. No se detienen a reflexionar que son precisamente esos modelos de la hipermasculinidad los que son más proclives a los encuentros homoeróticos, a la metrosexualidad –eufemismo para no decir amariconado-, a la sensiblería que existe detrás de su fachada de macho deportista y a las prácticas homofóbicas (véase
http://palabradeloca.blogspot.com/2008/05/ftbol-y-homofobia.html; en este texto Giancarlo Cornejo hace un análisis exhaustivo sobre homofobia y futbol). La simulación podría ser una característica identitaria y que unifica a estos paradigmas de una masculinidad en crisis que recupera –para vergüenza de la modernidad- el espíritu primitivo del hombre de las cavernas. Para muestra, basta una foto.

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