MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

domingo, 25 de enero de 2009

TANTO MACHO Y PARA QUÉ...

Al niño Queer que ignora que siempre quiso serlo
Conozco a un varón a quien Dios o algunos de sus achichincles le concedió el des-milagro de hacerlo ciento por ciento heterosexual, cual era su deseo más manifiesto mientras deambulaba por el mundo con fachada de gay: obrado el prodigio desapareció. Pues resulta que era precisamente la máscara la que lo hacía existir.
En casos como el señalado, lo que se evidencia es que el deseo del individuo no radicaba en ser heterosexual o gay sino ser hombre; que es precisamente lo que está imposibilitado alcanzar, no por obra de un efrit malgeniudo sino porque ha construido -se puede decir- su identidad a partir de un puñado de mentiras que se ha dictado a sí mismo durante mucho tiempo.
Consolidar la imagen de uno mismo para uno mismo es más compleja que aquella que nos ayuda a configurar la mirada de los demás para los otros. No sólo porque el que nos echen montón nos aliviana la presión de armarnos de una manera rápida y definitiva (es un decir), sino porque el visto bueno propio suele enjuiciarnos con tal dureza que se cae en lo injusto, cuando no en lo absurdo. Desde luego, esta presión no surge del individuo como agua de los manantiales de Lourdes; mana porque nos es introyectada por las figuras masculinas -sobre todo- y femeninas que nos rodean: padre, tíos, hermanos, abuelos; varones que han probado socialmente que son hombres. Y la madre, hermanas, tías, abuelas que no están dispuestas a tener cerca a un sujeto que no es tomado en cuenta como un hombre.
La encrucijada en la que queda atrapado el varón lo orilla a disfrazarse no de los más parecido a un hombre, sino de lo más alejado a una mujer: un macho. Y puesto el trajecito se dedica a actuar el rol asumido -obligado o no, lo ha decido-. Miles de varones deambulan representándose, según ellos, con autenticidad: rudeza en sus actos y palabras, poses de indomable, aires de aventurero temerario, máquina sexual, portento de talentos, heterosexual irreversible; todo inútil.
Resulta inaceptable que la masculinidad se siga midiendo bajo parámetros que no incluyen la inteligencia ni la emotividad, ya no se diga el respeto y la responsabilidad. Un hombre tendría que caracterizarse -definirse es pedir de más- por su integridad, por la claridad de su mirada para observarse a sí mismo y no por el grado de destrucción que deje a su paso.
Otras formas de representar la masculinidad son posible; ya se ha puesto en el centro del debate, sigue ahora diseccionarla, analizarla, componerla y hacerla andar por las calles de un mundo que tanto requiere de hombres que no teman a su emotividad ni a ejercer su inteligencia plenamente. La masculinidad está en riesgo de extinción y no serán precisamente las mujeres quienes luchen para que no desaparezca.

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