MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

sábado, 7 de noviembre de 2009

HABLEMOS DEL CUERPO


Si me silencian, me dinamito… el lugar del cuerpo es la libertad.
crac




En el principio era el cuerpo, materia sujeta a las leyes de la Naturaleza. Espacio perimetrado por la piel. Templo y cárcel. Ancla o transporte. Zona erogenizada o patologizada. Región de encuentro o de divergencia. Rehén de las pasiones o tablero donde se libran las relaciones de poder. Génesis y apocalipsis del deseo. Hombre o mujer o ambos. Objeto o persona.

El cuerpo es el pretexto para hablar del cuerpo. Del deseo o de la enfermedad, de la virtud o de la carencia. De la gracia o de la mala fortuna. Es en esta materialidad donde cobra un sentido vinculante todas las leyes, tanto las de la naturaleza como las de la sociedad.

Por ello el cuerpo es un territorio tabú o un tesoro codiciado, porque pocas experiencias suscitan tanto placer como el de dominar, poseer, recibir, modelar, sujetar, represaliar, liberar, colonizar un cuerpo. Propio o ajeno. Hay un mercado de los cuerpos en donde éstos son tasados, adquiridos o rechazados.

Sin embargo, Lamas señala que el cuerpo es más que la “envoltura” del sujeto. El cuerpo es mente, carne e inconsciente, y es simbolizado en los dos ámbitos: el psíquico y el social (: 111). Lo primero queda demostrado en la valoración que damos a un cuerpo determinado, según se aproxime o se aleje de una estética o actuación dominantes. Lo segundo cobra validez en la infinidad de leyes que lo sujetan con el fin de ordenarlo, civilizarlo, integrarlo a una estructura. Todo cuerpo es potencialmente desviado, contemplado como un individuo que debe ser corregido, afirma Preciado.

Entonces, el cuerpo es el lugar donde cobran lugar las restricciones que las sociedades imponen a la materialidad de las mujeres y a la de los varones. Disciplinas y regímenes que obligan a una forma de pensar el cuerpo y actuarlo, maneras de hacer o no ser. Leyes que represalian, algunas veces, el deseo de los cuerpos. Técnicas que lo embellecen o potencializan. Lo degradan o lo anulan. El cuerpo como territorio de guerra y la frontera. Geografía y armisticio. Placer o castigo.

Todo lo anterior nos llevaría a pensar que el cuerpo es presencia a sí, pura, inmediata, es decir cuerpo-ahí; cuerpo sin mediación (Martínez de la Escalera, 2007: 3). Un mero objeto convertido en sujeto de leyes inevitables. Y no es así. El cuerpo se explica, se expresa, se interpreta a través del lenguaje.
El cuerpo es preescogido como médium para expresar y traducir dolores y conflictos insoportables (Buzzatti y Salvo; 2001: 15). También estados de ánimo más positivos como la alegría o el bienestar. El cuerpo es un mapa en el cual interpretamos infinidad de códigos que adquieren distintos significados según el traductor elegido. Pero es también una cartografía que revela zonas de peligro o de muerte.

El caso más generalizado que ejemplifica lo anterior, es el cuerpo de las mujeres sometidas (directa e indirectamente) a las tecnologías de poder, traducidas como cánones de belleza o de glamour, que imponen medidas y pesos, colores y trazos. El cuerpo entonces se convierte en el lugar de una suerte de depredación: domesticado, sometido al dominio propio, al arbitrio propio, obediente, dócil, esclavizado, termina por responder a la única ley de la pretendida perfección de quien lo habita (Buzzatti y Salvo, 2001: 22). Una suerte de muerte por asfixia que adelante una fecha de caducidad al cuerpo colonizado.

Y no es que el cuerpo de los hombres esté libre de caer en trampas parecidas. En el caso de los varones, las tensiones se traducen en formas de actuar, desplazarse por el espacio (físico que es también social), de proyectarse ante sí mismos, primero; y delante de otros hombres, después.
El cuerpo de los hombres debe ser una barrera infranqueable para las emociones y las manifestaciones afectivas, más, si se trata de su interacción con otros hombres. Prohibido sentir o confesar que se siente, parece ser una consigna que veladamente serpentea bajo la piel de los varones. Un hombre no debe(ría) ser penetrado jamás so pena de perder su categoría de hombre. Prieur señala que la penetración implica que la superficie del cuerpo es atravesada (2008: 309) y ello convierte al varón en otra cosa, incluso en una mujer.

Para la masculinidad todo lo que pueda asociarse con lo femenino es una amenaza. Ser hombre, en principio, significa no ser mujer. Por ello el hombre que penetra, no es transformado por el acto; su cuerpo permanece intacto (Prieur, 2008: 311). Se anula el otro, el que ha sido traspasado: libido dominatis (deseo del dominador) que implica la renuncia a ejercer en primera persona la libido dominandi (deseo de dominar) (Bourdieu; 2007; 102).

Hombre-cuerpo-masculinidad constituyen un trinomio cuya resolución no (siempre) es acertada. El cuerpo de las mujeres es para ser dominado; el de los varones debe ser un arma para someter. Invertir los roles es atentar contra esa “naturaleza” de lo masculino. Y no obstante, ¿qué sucede con los cuerpos de los varones que se someten a las demandas de la estética imperante? ¿Deja de ser cuerpo masculino aquél que se somete a la depilación, usa cremas y demás afeites, renuncia los músculos forjados en el gimnasio? ¿Se es más hombre si se renuncia a la pilosidad y se viste al cuerpo con colores primarios?

Foucault asegura, en la “Erótica de los muchachos”, que estos deben asumir su posición de objeto (del deseo) mientras son jóvenes, pero no aceptar jamás ser (para siempre) objeto y renunciar a su condición de sujetos (hombres) en construcción o formación. La masculinidad debe entenderse (vivirse, asumirse) como un estado de contingencia: sí y no. Pero ¿cuándo actuar de un modo y cuándo del otro? Ser hombre es habitar el espacio de la contradicción, y encima, negar que es así.

El cuerpo es el espacio de la negociación de la masculinidad, el tablero sobre el que se trazan su consistencia o su difuminación, asegura Parrini, por ello la masculinidad requiere su demostración permanente (2007: 154). La mayoría de los varones no es consciente de esta irresolución y vive en un estado de competencia permanente frente a sus pares y contra otros hombres, intentando conservar el estatus de hombre masculino u hombre de verdad.
Aunque no se acepte en público, ser un cuerpo perfecto cansa: el cuerpo represaliado siempre es visible. De modo que el cuerpo jamás es presencia sin mediación (Martínez de la Escalera, 2007: 7) porque evidencia las amarras que lo sujetan y las fronteras que lo cruzan, el signo de su colonizador y las heridas forjadas en sus múltiples intentos de fuga. El cuerpo grita, se rebela y aún reducido a silencio continua manifestándose. Porque si existe un único lugar para el cuerpo, éste es el de la libertad.
Bibliografía
Bourdieu, P., (2007) La dominación masculina, 5ª. Edición, Barcelona, Anagrama.
Buzzatti Gabriella y Anna Salvo, El cuerpo-palabra de las mujeres. Los vínculos ocultos entre el cuerpo y los afectos. Ediciones Cátedra- Universitat de Valéncia, col. Feminismos, Madrid, 2001.
Foucault, M., (2009) Historia de la sexualidad. La inquietud de sí. Vol.3, decimocuarta reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica.
Lamas, M., (2006) “Género: algunas precisiones conceptuales y teóricas” en M. Lamas, Feminismo. Transmisiones y retransmisiones, México, Taurus, pp. 91-114
Martínez, A. M., (2007) “Contando las maneras para decir cuerpo” en Debate Feminista, año 18, vol. 36, Cuerpo a Cuerpo, Octubre 2007, pp. 3-8.
Preciado, B., (2008) “Cartografías Queer: el flâneur perverso, la lesbiana topofóbica y la puta multicartográfica o cómo hacer una cartografía ‘zorra’ con Annie Sprinkle” en Cartografías Disidentes, Madrid, SEACEX, sin paginación.
Prieur, Annick, La casa de la Mema. Travestis, locas y machos, UNAM-PUEG, México, 2008.
Parrini Rose Rodrigo: Panópticos y laberintos. Subjetivación, deseo y corporalidad en una cárcel de hombres, México, COLMEX, 2007.

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