MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

martes, 7 de junio de 2011

DEVENIR "BUGA"

Pedir reconocimiento u ofrecerlo no significa pedir que se reconozca lo que uno ya es.
Significa invocar un devenir, instigar una transformación,
exigir un futuro siempre en relación con el Otro.
J. Butler











Si las mujeres y los hombres bugas no hablan de su heterosexualidad, como sí lo hacen (suele plantearse la necesidad de hacerlo) los varones y las mujeres no-heterosexuales, es porque la heterosexualidad no existe: se es hombre y mujer, normales. Lo otro es raro, enfermo, anómalo, antinatural. Se dice, se cree, se exige desde un adentro (supuestamente) dado.




Nombrarse gay, lesbiana, bisexual, transgénero, transexual, travesti, intersexual, Queer o alguna otra de las múltiples posibilidades sexo afectivas y de género que posibilita la materialidad del cuerpo, requiere un proceso de subjetivación que parte de un descubrimiento. De una revelación que viene de afuera bajo la forma de insulto (pocas veces llega como una pregunta sutil) que una vez instalado, se cuela hasta la interioridad del sujeto descubierto.




Lo que sigue (la mayoría de las veces) es un proceso de asimilación y de rechazo (con matices) del que (¿únicamente?) puede dar cuenta quien vive la revelación. En adelante, la lapidación dejará su impronta, un estigma que el sujeto asume como castigo, como una marca que avergüenza y/o un sino desafortunado, hasta que tras un periodo de duelo (puede llamársele como guste) emerge convertido en otro yo. Un sujeto que se renombra, se reapropia de aquello que lo hiere, resignifica la injuria, subvierte la ofensa, se desheterosexualiza.




La presencia de personas no-heterosexuales no sienta las bases para probar la existencia de una normalidad colocada frente a una anormalidad. Antes bien, revela lo antinatural de la heterosexualidad que se afirma como un deseo que nace de una esencia interior contenida en los cuerpos. Y no es verdad. El deseo, como el género y el sexo, son construcciones culturales construidas al amparo de un sistema sexo/género que se traduce en un aparataje de opresión, exclusión, marginación y discriminación constante por parte de una heteronormatividad que, apoyada por la supuesta mayoría cuantitativa, las instituciones y la reproducción, se ha arrogado la propiedad de ejercer el poder, y desde esa posición privilegiada, nombrar y señalar qué es lo correcto, lo deseable, lo normal, lo lógico, lo natural, lo obvio.




Por ello la heterosexualidad no se nombra a sí misma (salvo cuando debe marcar una línea entre ésta y lo otro, ese otro no-deseable) porque da por hecho que ésta es inherente a la condición de los cuerpos sexuados. Obvia (pocas se detiene a reflexionar sobre sí misma) que la asignación de género (masculino/femenino) es una impronta que el sistema heteronormativo patriarcal (y sus filiales) impone a los cuerpos diferenciados sexualmente y con ello funda (da el visto bueno, valida) también el deseo (heterosexual, se entiende). Nacer niño o niña deviene (en las proyecciones de los progenitores y de la familia y la comunidad social) en hombre y mujer (heterosexuales, que es que ni se plantea otra cosa) que llegado el momento procrearán a uno o una más de la especie. La reproducción mantiene y sostiene la lógica del devenir heterosexual.




Inmerso en la investigación feminista, en estudios de género, de subalternidad o poscoloniales, enganchado en lecturas y discusiones sobre teoría Queer, pero también viviendo en la cotidianeidad la exclusión por ser diferente, atrapados aun en el insulto, contenidos en el discurso simulado o en la actuación disimulada, performando el cuerpo, su accionar y sus deseos para cumplir el rol (de sexo y de género asignado), cualquiera puede caer en la cuenta de que la heterosexualidad no es natural frente a prácticas llamadas antinaturales, por la (¿sencilla?) razón de que cuanto existe es una mediación del lenguaje y por lo tanto, la misma distinción (humana) que se hace entre natural y cultural es ya un constructo social, cultural, económico y político situado. ¿Qué es un cuerpo? ¿Qué significa ser heterosexual? ¿Qué es lo no heterosexual? ¿Hay un devenir buga?




Lo que existen son los cuerpos (sexuados, generizados y una psique) y sobre ellos obra una serie de disposiciones sexo genéricas que de acuerdo a su cumplimiento, los coloca (o son puestos) dentro o fuera de infinidad de espacios. El sujeto no heterosexual, pronto (es un decir) aprende (y asume) que si la heterosexualidad no es el lugar de su deseo tampoco el insulto es la sede de su existencia. La gran mayoría se reconstruye, aunque bastantes fracasan en el intento. ¿Quién da cuenta de ese dolor? ¿Quién se duele por esas vidas fracasadas?




Organizados o no, revolucionarios o anárquicos, reivindicativos o anormales con aspiraciones, de closet o sin él, obvios o discretos, masculinizados o feminizados, butch o femme, activos o pasivos o ambos, subversivos o indiferentes (el espectro da para variadas posibilidades y matices), los cuerpos que han interiorizado que su materialidad es el primer límite a ser traspasado, combaten en aras de vivir (y cruzar) todas las fronteras que poseen, no solamente las del sexo, el género y el deseo, sino también las del color de la piel, la clase social, la nacionalidad, la edad, por consignar algunas.




Queda a los hombres y a las mujeres, que han conseguido llamarse a sí mism@s heterosexuales, hacerse un lugar en la lucha social y sexual (si se quiere, desde luego) cotidiana y pelear en bloque (sin por ello dejar de diferenciarse) para construir otro entramado social donde lo que se juegue sea el cuidado, el acompañamiento, el aseguramiento de que toda vida precaria es digna de prosperar y ser reconocida, yendo más allá de los límites (de orden sexo afectivo diverso, pero hay más) que no hacen sino constreñir (toda definición es incompleta) y favorecer el ejercicio de la violencia ante la idea naturalizada de que existe un feudo qué defender frente a otros que hay que destruir, torpedeando (más de las veces) la posibilidad del encuentro.




No hay un devenir buga. La heterosexualidad no existe. Se construye (y deconstruye) en relación con, como todo lo demás.

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