MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

viernes, 3 de junio de 2011

YO ¿INDÍGENA?

A quienes tienen por hábito subvertir la realidad: a todos y todas por su recibimiento.






¿Qué significa ser indígena? ¿Cómo se construye lo (un/una) indígena? ¿A qué remite tal palabra? ¿Cuáles son las consecuencias que obra sobre el cuerpo de los sujetos a quienes se les coloca tal expresión? ¿Puede el concepto indígena convertirse en una categoría política? ¿En nombre de quién o para qué habla el y la indígena? ¿El (la) indígena puede hablar?



En un país racista, clasista, sexista, machista, misógino, homofóbico y cristiano de nombre, culero en la práctica (la mayoría de las veces), ser indígena (llamado o ser considerado tal), dota al cuerpo de una pátina que lo torna invisible, evitable, lejano, innombrable.



Pero la experiencia de exclusión no solamente la padece el sujeto indígena, también la viven los cuerpos cuya pigmentación se aleja de la tez blanca y cuyos rasgos distan de parecerse a las del rostro celebrado por la prensa y la televisión. El rechazo también se vive cuando las prácticas sexo afectivas no son la heterosexual. O si no se participa de modos (que son condiciones) de vida a las que aspira todo el mundo.



Si el cuerpo se aleja del modelo conductual (estético, ideológico, lobotomizado) que sigue la mayoría, se considera entonces un cuerpo fallido, disminuido, negado. De suerte, que ser indígena en México, como asumirse no heterosexual, negro, mestizo, pobre, mujer, no joven, significa frecuentemente ser un Otro indeseable.



Hasta aquí la queja. En la práctica, los sujetos hemos aprendido a ocultar, hasta donde es posible, los rasgos valorativos que una mirada hegemónica podría visibilizar, y en nombre de esos fallos, dejarnos fuera del juego. Al ejercicio de este poder que domina y constriñe a los cuerpos (algunos), los sujetos responden resistiendo.



Y las posibilidades de respuesta para este ejercicio de poder son muchas. Simulando o disimulando lo que se es, asumiendo distintas maneras de vivir el cuerpo, dotándolo de tecnologías para ejecutar estratégicamente formas de ser, hacer, parecer, sentir y pensar para atravesar la frontera porosa del poder y desestabilizarlo. El intento se realiza constantemente. Y a veces, incluso, se logra pandear su equilibrio precario.



Las tendencias reduccionistas aspiran a facilitar la fagocitación y desecho de los cuerpos que no participan (porque no pueden o no quieren) del modelo en turno. Así, lo indígena desde el ámbito de lo económico es un pobre más; un sujeto que incomoda cuando se le mira desde lo político; una exclusión flagrante, cotidiana, silenciosa, desde un enfoque social; un Otro incomprensible desde la ideología.



El indígena, junto con esos Otros no-deseables, son sujetos en resistencia y en continua tensión no solamente con otros cuerpos (y sistemas) sino con el propio también, para hacer dialogar y escuchar y exigir ser escuchados, con miras a construir realidades que den cabida a la diferencia. Que hay sujetos que permanecen indiferentes (¿resignados?), es cierto. Pero acá hablamos de quienes están en la acción.



El poder hegemónico cuando concede, exige que sea el otro quien se asimile y se integre a la ideología dominante; lo cual suele traducirse en una sujeción consciente, en la que se acepta jugar con desventaja sin apenas protestar. Este poder no se cuestiona a sí mismo ni suele buscar la manera de hacer partícipes de la toma de decisiones, asunción de responsabilidades y compartir los beneficios, a más sujetos. La idea de concesión termina siendo, muchas veces, una suerte de chantaje, una trampa que coloca a los sujetos de frente al vacío y de espalda a la pared.



Ser indígena (y/o algunos Otros no-deseables) en un país como México, que es muchos Méxicos, implica vivir en una lucha por recuperar los territorios de los cuales se ha sido desplazado. Y no me refiero solamente a los geográficos, sino también a los de la toma de decisiones y rendición de cuentas. Descolonizarse de formas de mirarse a sí mismo cuya visión termina por construir (o destruir) un otro fallido.



El reto de negociar un día sí y otro también, la permanencia en el ring social que suele aducir la poca disponibilidad de espacio para dejar a bastantes afuera. Significa, además, emprender el reto de pensar (imaginarse) de otras maneras para acondicionar otros mundos posibles, donde la precaridad de la vida, sea una cualidad y no un defecto, re-conociendo que toda vida, por definición, es digna de ser vivida (con dignidad, se entiende) y en consecuencia, cuidada, valorada, reconocida en su diversidad. En esa tarea estamos bastantes.

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