MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

martes, 7 de abril de 2009

AUTORETRATO


Afuera cae el sol plomizo bajo el concreto y todo lo que a su paso toca. Dentro, pienso en las líneas que deben conformarme, aquellas que tienen que dar cuenta de mí. Un acto de habla divino que al enunciarme me construya. Sujeto desujetado. Subjetivizado.

Pienso. Eso ya me hace constar –creo- que estoy vivo y que si tengo conciencia es porque puedo perimetrar mis ideas, mi Yo. Mis dedos largos se deslizan por el tablero. Tengo las manos frías. Los pies también. Es como si los 1.78 metros de longitud que soy fuera una sucursal del Polo Norte. Más allá de mi piel oscura, morena, negra, según el color de la mirada que me juzga: mestiza, se extiende la rutina defeña que enmarca mis días.

Pienso. Es la actividad que más me gusta hacer. Si me esforcé por estudiar y aprender y que ese conocimiento me fuera útil es porque prefiero hacer un trabajo intelectual extenuante a uno físico que me hubiera dado un ‘cuerpazo’ tal vez, pero me habría dañado más la columna vertebral, esta suerte de escalera de servicio en mal estado que sostiene mis 70 y picos kilos de peso. Pero soy vago, no soporto el esfuerzo que me haga sudar ni que me exponga al sol sin necesidad. Mi vanidad se marchita. Prefiero el estrés fruto del esfuerzo del intelecto al cansancio producido por un trabajo mecánico. Obrero del pensamiento, sin más.

Observo el mundo con una doble mirada: la de mis ojos marrón que a necesitan lentes para enfocar convenientemente, y una infantil, casi fosilizada en el recuerdo, con la que juzgo lo mirado. Padezco la proclividad a llover, que es como llamo yo al acto sublime de llorar, sin que ello me defina pusilánime o sentimentalón. Soy un hombre que aprendió a metamorfosear la debilidad en fortaleza a base de combatir cada día. Guerrero, cazador, seductor, vampiro son palabras que describen algunos capítulos de mi existencia. Nunca miento. Peleo con mis propias armas y prefiero dialogar siempre y cuando no sea con gente necia, que abunda. No me considero superior, pero sí pensante.

Me pesa la mexicanidad (odio el cine nacional) que apuesta por el “Dios dirá” y se queda a la vera de la vida aguardando el milagro. Creo en lo que existe y si para que crea debo inventarlo, lo hago. Impaciente, intuitivo, dialogante. No soy caballero ni macho ni patán. Romántico. Sensual y loco. Queer. Haber vivido entre puertos contaminó mi sangre de la fugacidad del mar y mi cuerpo de arena. De Norte a Sur habito en el centro. Liberal y de izquierdas; no perredista.

Soy fronterizo, liminar, noctourno, atorrante, irreversible. No soy humilde, ¿dónde guardaría la humildad? Soy exagerado, hiperbólico, no cargo con culpas. Yo soy mi propio metro moral: el veneno de la iglesia no me alcanza. Peleo por lo que considero justo. Me acepto como soy. Persigo objetivos que parecen sueños y siempre acaricio mis pies ajados al término de una jornada. Camino, no corro ni vuelo. Prefiero ir a pie, detesto los autos. Me gusta la ciudad aunque odio su ritmo enloquecido y sin embargo, no viviría jamás fuera de ella.

Estoy y soy enamorado. Quizá por ahí debí comenzar este retrato, porque es desde esa visión de hombre enamorado donde contemplo mi vida; tal vez por ello deba agregar, que también me declaro un hombre feliz. ¿Debo sentirme culpable por ello?

México, D.F. a miércoles 11 de febrero de 2009
A GCS que me motivó a subir este texto. Gracias.

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