MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

miércoles, 24 de febrero de 2010

NO SOY HOMBRE, NO SOY MASCULINO: SOY MI CUERPO

En el caminadito (masculino) de algunos hombres
está el anuncio pretencioso de “yo la tengo grande”.
crac

Cuando el privilegio se torna herida (desengañarse de que no se es un hombre de verdad), sólo queda llorar por el prestigio perdido, dolerse por tal desprendimiento, desplomarse en caída libre hasta que el movimiento cese, o actuar como si nada hubiese ocurrido, obviar el dolor vivido por el conocimiento revelado. Ser hombre como dicta el mandato de género es una jodidez en la que pocos (y pocas) reparan.

Cumplir, re/afirmarse, resistir, demostrar, ser el más, el mejor, invencible, impenetrable; el listado de obligaciones que debe cumplir un varón si bien no es infinito si es harto insufrible. La relación de tareas que tiene que cubrir una mujer no se queda atrás en sus niveles de exigencia no solamente sobrehumana como absurda.

Tal es la naturaleza del género enquistado en el cuerpo, que deja poco espacio para el placer, la vivencia erótica, el autoconocimiento, la propia realización. La maraña de lo masculino y de lo femenino es además de una farsa, una estafa que las materialidades asumen apenas sin replicar, cargando con réditos vencidos de una deuda que no contrajeron y no obstante, consienten pagar de por vida.

Desde esta perspectiva, el género es una forma de colonización (de las pulsiones) del cuerpo, constriñéndolas, redireccionándolas luego de educarlas para perpetuar los regímenes de poder/sometimiento, hegemonía/subordinación, normal/anormal en los que se desarrolla la convivencia entre las mujeres y los hombres.

Siendo así: me rehúso a ser hombre, me niego a vivir lo masculino, disiento de la obligatoriedad del deseo heterosexual, el matrimonio y la reproducción; me desmarco de la idea de familia (tradicional) y de aquello que la hegemonía denomina valores. Me deconstruyo para no dinamitarme.

¿Debo asumirme culpable por resistirme al cumplimiento de mis deberes para que se mantenga el orden genérico? ¿Soy anormal, enfermo, perverso, criminal, indeseable por optar por otras prácticas de género desde la orilla y no la que rige desde el centro? ¿No la periferia es también núcleo cuando se enuncia y actúa desde ésta? ¿Quién define lo que es adentro y lo que es afuera? ¿Manda la mayoría estadística aunque su representatividad se sostenga en la injusticia cometida contra los menos?

Afortunadamente llega la hora (al menos la mía) en que uno se arranca las cadenas, larga lejos –hasta donde es posible- toda atadura y pacta con el poder otras formas de existencia. En caso contrario, se resiste. Se hace lo que se puede pero no se sigue más la lógica de unos raíles ya oxidados que conducen a ningún lugar sino al punto de partida del que se quería huir: el núcleo asfixiante.

Lo masculino y lo femenino son etiquetas que fuerzan a un actuar que es posible y válido interpelar y deconstruir. Desintoxicar el cuerpo de los narcóticos que el género ha depositado en él hasta imponerle la idea de esencia, de inmanencia, incluso de fatalidad.

No más ese marcaje que condiciona a actuaciones delirantes, vacuas e innecesarias y a discursos excluyentes, vehiculadores de odio y marginación. Que cada quien opte por resignificar su cuerpo y las prácticas del mismo o por encochambrarlo con edictos y encíclicas anacrónicas, enajenantes, enfermizas.

Yo apuesto por la desrepresalización de mi cuerpo, que es también una forma de reapropiármelo. No soy hombre, no soy masculino: ¡soy mi cuerpo! Si alguien quiere venir conmigo, que deje su cruz y que me siga.

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