MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

viernes, 22 de octubre de 2010

NO HAY TAL LUGAR, PERO HACIA ALLÁ VOY

Hablo por mi diferencia. Así subtitula Pedro Lemebel un manifiesto*. Su manifiesto con el cual interviene en un acto político en 1986. El texto da cuenta del accionar de un sujeto frágil en su apariencia, fuerte en su voluntad de seguir resistiendo a la dictadura. A las varias dictaduras que reducen su cuerpo: la pinochetista, la de la pobreza, la de la heterosexualidad hegemónica, la del socialismo: “No soy un marica disfrazado de poeta/No necesito disfraz/Aquí está mi cara/Hablo por mi diferencia/Defiendo lo que soy/Y no soy tan raro/Me apesta la injusticia/Y sospecho de esta cueca democrática/Pero no me hable del proletariado/Porque ser pobre y maricón es peor”.

Lemebel por no creer, no cree en nada, y sin embargo, espera. Espera que su lucha y la de muchos y muchas más no sea estéril: “que la revolución no se pudra del todo”. Lemebel enuncia desde su dolor, desde ese espacio que Cherríe Moraga denomina “especificidad de la opresión. Desde la herida que se mantiene abierta: “Porque ser pobre y maricón es peor/Hay que ser ácido para soportarlo/Es darle un rodeo a los machitos de la esquina/Es un padre que te odia/Porque al hijo se le dobla la patita/Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro/Envejecidas de limpieza/Acunándote de enfermo”. En un estado así, ¿es posible que suture la herida?

Tener conciencia de la propia opresión posibilita dialogar con las opresiones de los otros, reconocer en el otro, opresiones comunes que puestas en diálogo permiten un consuelo común, un llanto compartido, una esperanza acompañada. Cuesta mucho resignarse en comunión con otros. Y esa imposibilidad urge a la tarea de resignificarse: “No necesito cambiar/Soy más subversivo que usted”.

No cabe la liberación sin el reconocimiento de la propia opresión. No vale la búsqueda de la libertad de los otros sin el reconocimiento de su dignidad como personas. La conciencia de un dolor (un daño, una injustica) abre la posibilidad de curarlo. No de olvidar ni de cambiar la topografía de una herida que deja su huella en la piel: “Tengo cicatrices de risas en la espalda”. Para lograrlo hay que desplazarse, moverse. Avanzar (casi) por inercia sabiendo que el lugar que se busca es utópico. No existe tal lugar. No hay reposo pero sí alivio: “Y su utopía es para las generaciones futuras/Hay tantos niños que van a nacer/Con una alíta rota/Y yo quiero que vuelen compañero/Que su revolución/Les dé un pedazo de cielo rojo/Para que puedan volar”.

No existe el olvido pero si una suerte de perdón que termina por diluirse en la elasticidad del aire si no hay grafía que la fije en el papel, en la piedra, en la ley: “Que su revolución/Les dé un pedazo de cielo rojo/Para que puedan volar”. Abrirse a una espera que se ancla en la idea de un futuro imperfecto, también es sanar. Hacerse libre, hacerse otro, hacerse uno mismo, hacerse un nos-otros. Volar.

*Este texto fue leído como intervención en un acto político de la izquierda en septiembre de 1986, en Santiago de Chile.
http://lemebel.blogspot.com/2005/11/manifiesto-hablo-por-mi-diferencia.html (22.10.10)

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