MASCULINIDADES EN RESISTENCIA

We're here. We're queer. Get used to it.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

QUIEN PRUEBA, VUELVE (O QUIERE VOLVER)

Los milagros de Cristo tienen restricciones: el que prueba, vuelve.
A Maxim, que supo decir no a un arrepentido.

Es común que algunos hombres (también algunas mujeres) cercenen partes de su cuerpo para conservar la integridad –fragmentada- de su virilidad (o feminidad). De eso que ellos entienden por ser hombre. Y hombre de verdad. No son pocos los varones que habiendo vivido la experiencia del encuentro sexual con otro varón, huyen arrepentidos dejando a su paso una estela de maldiciones contra el cuerpo que los ha pretendido emputecer y la promesa de que eso, no volverá ocurrir.


Pero como dice el dicho: el que prueba, vuelve (o tiene deseos de volver). Y éstos regresan antes de que en la elasticidad del aire se hayan difuminado sus palabras. ¿Qué es lo que hace que un hombre se comporte de esta manera? ¿Es posible hablar de una homosexualidad no asumida? ¿En esto consiste la bisexualidad?


La respuesta es muchas respuestas. Pero no se trata de etiquetar a estos varones a partir de sus prácticas sexuales sino de nombrarles de tal modo que conservan la dignidad de persona, que ellos insisten en perder a fuer de vivir en esa espiral de deseo-culpa que los lastima, aunque (a veces) no se den cuenta.


Eso de definir a los sujetos a partir del ejercicio de su sexualidad es invento de finales del siglo XIX, de modo, que con un poco de imaginación, es posible subvertir la categoría de heterosexual, bisexual y homosexual que tanto castra el deseo sexual de los cuerpos. No insistiré en aquello de que al nacer tenemos pulsiones hacia los dos sexos -¿sabe la criatura recién nacida que existen dos sexos y que ha sido inscrito en uno de ellos sin ser consultada?-, ni tampoco si en alguna época de la historia de la humanidad las mujeres y los hombres practicaron eso que hoy llamaríamos bisexualidad o si se llegará a ello dentro de algunos años.


La realidad nos rebasa. Basta con indagar en las prácticas sexuales de muchos hombres y de no pocas mujeres, y encontraremos que en algún momento de su existencia, han vivido un encuentro erótico con alguien de su mismo sexo. Eso no es homosexualidad, es placer. ¿Quién definiéndose omnívoro no ha llevado alguna vez una dieta libre de carnes y lácteos sin que por ello se convierta en vegetariano? El ejemplo es burdo, pero sirva para mostrar que el sujeto no es únicamente las acciones que realiza sino la idea que de sí mismo tiene.


Los hombres que van en busca de ese otro emputecido, marginado, feminizado públicamente, defenestrado, pero solicitado en lo privado para aliviar las urgencias de la carne, los deseos insatisfechos en otros encuentros corporales, para vivir las fantasías impronunciables en el espacio heteronormado, o por mera curiosidad y/o gusto, cargan con una culpa que no digieren y que se traduce en violencia contra sí mismos y contra los cuerpos de los sujetos a los que recurren para satisfacerse y/o azotarse.


Te aprovechaste porque estaba pedo, bufa y lanza el golpe. Pinche puto, y sigue la patada. Maldito maricón, y arroja el arma que hiere e incluso puede matar. Otras veces el discurso va contra el varón que lo enuncia: yo no soy así, no sé por qué lo hice. Y a continuación el llanto. Pero no soy puto, eh, sólo quería probar, y huye sin dar la cara. Te juro que es la primera vez que me pasa esto, pero yo soy machín. La cantidad de justificaciones que emite es tal que uno ignora si la retahíla es para convencerse de que ha vivido su deseo o para preguntarse por qué no hice esto antes o sólo para arrebatarnos (egoísta) la porción de placer que su cuerpo nos ha procurado.


Es triste, en todo caso, saber que maldice (daña) al cuerpo que le ha procurado placer y que muchas veces, en nombre de un dios –su dios- jura que no volverá a pasar. En el juramento va implícita la promesa del retorno. Vuelven. Regresan una y otra vez. Sólo que a veces, ya no encuentran a quien buscan y emprenden nuevamente esa penosa migración en busca de un cuerpo que les alivie un ardor, que habitándolos, se niegan a experimentar (y repetir si se quiere) sólo por vivirlo. Son bastantes, los que prefieren regatearse el placer sexual a cambio de una vida presuntamente heterosexual, que entienden, como más deseable de ser vivida.

1 comentario:

Citlalli Rojo dijo...

Ricardo!!
Me encantó, es duro, sincero y directo.

Abrazos grandes