
MASCULINIDADES EN RESISTENCIA
domingo, 25 de enero de 2009
JUSTICIA, NO VENGANZA

TANTO MACHO Y PARA QUÉ...
sábado, 17 de enero de 2009
I'M BUTLER
Cuando una persona considera que ha sufrido una acción que la coloca en un estado de desventaja frente a los demás, asegura que se ha cometido una injusticia en su contra y exige la reparación del daño. Si consigue su objetivo, se siente satisfecha. Imaginemos qué ocurre en el ánimo de un varón que se asume homosexual o en el de una mujer que se considera lesbiana cuando alguien, quien sea, le espeta un insulto. Y además, el que arremete se ve respaldado por quienes le rodean, por algunas instituciones, por el discurso religioso, por la norma. ¿Qué se necesita hacer para que esa mujer y ese hombre se vean resarcidos de tal afrenta? Porque a todas luces se ha padecido un insulto y la ruptura del equilibrio exige su restauración.
Como seguramente se pensará que si es puto o machorra es porque así quiere serlo (y así lo eligió), también se agregará que se tiene más que ganada la agresión. Y se la merece por haber preferido desviarse del camino y no ser normal como los demás. Normal. Si abro bien los ojos y observo a mi alrededor lo que encuentro son un sin fin de anormalidades ¿qué es lo ‘normal’?
Legitimado en eso que llamamos lo normal, las mujeres y hombres con preferencias sexuales distintas a la heterosexual (tradicional, hegemónica, constreñidora) hemos padecido toda suerte de atropellos que van desde la violencia verbal hasta la agresión física e incluso la muerte y muerte con ensañamiento. Y ante estos sucesos la voz de los normales se queda callada. Por cobarde. Por temor a contaminarse. Porque está satisfecha. Porque ha obrado con justicia.
Eso es lo que considera la mayoría, pero la opinión de quien ha sido vilipendiado es otra: ha sido mancillado y exige ser resarcido de tal hecho. Necesita pues, que un acto de justicia le restaure su dignidad de individuo frente a la masa heterogénea que le ha insultado, excluido, degradado. Requiere, una subversión. Alterar el orden de lo denominado normal y lo anormal; modificar el ángulo de apreciación y rehacer el juicio de valor u omitirlo.
Esto es lo que se propone la teoría Queer: deslegitimar los juicios de valor que favorecen la estigmatización de los cuerpos y legitimar los deseos de los cuerpos, para devolverles su dignidad y liberarlos. Romper con las amarras –físicas y morales- que represalian el cuerpo.
La consigna no es sencilla de llevar a cabo porque todo confluye para mantener ateroesclerositado el establishment. El Estado, la escuela, los medios de comunicación y las iglesias insisten desde sus epicentros en anular o torpedear toda posibilidad de diálogo con las masculinidades y feminidades emergentes y disidentes de la heternormativdad.
Un ejemplo claro, de muchos que existen, es la agresiva campaña a favor de la familia (tradicional y en descenso) que mantienen organismos gubernamentales, medios masivos y la jerarquía católica: olvidan que la humanidad existe desde hace más de cien mil años y que ya entonces existían formas de organización que no eran precisamente réplicas del modelo sacro que insisten en imponernos. El concepto familia es cultural y por tanto, susceptible de ser subvertido.
Llevo casi 30 años defendiendo mi identidad fronteriza, resistiéndome a ser encorsetado en un término tan finito; he combatido para no ser perimetrado y he cargado con el estigma de los juicios de valor negativos que otras y otros me han impuesto. Pero como me he negado a aceptarlos y a actuar en consecuencia, tengo acumulado un vasto expediente de querellas; muchas sin resolución aún o solucionadas en mi contra. El camino de deslegitimización que he recorrido es largo y harto cansado. Pero no me rindo. No me resigno a ser un cuerpo represaliado, una voz amordazada.
Yo también soy Butler, y Butler es Queer; entonces yo también soy Queer, y este nombre sí me gusta, matarile, rile, ró.
viernes, 16 de enero de 2009
MANFICTIÓN: CUANDO LEER ES COSA DE HOMBRES
Convendría recomendar algo al lector interesado en estos territorios: la mejor manera de no levantar sospechas sobre su rocosa masculinidad es no obtener el producto en esos antros de libertinaje y libre pensamiento que conocemos como librerías. Los quioscos de aeropuertos y los expositores de supermercados ya ofrecen con toda comodidad lo que un hombre alfabetizado necesita para leer como un hombre... de bagaje poco sofisticado. Habrá quien quiera emular a sus héroes: lo primero es olvidarse de eso que suelen llamar revistas masculinas: Go, Men's Health, Gentleman y, en todo caso, nutrir el revistero con publicaciones dedicadas al armamento y a las artes marciales, por ejemplo.
Jack Reacher, el gañán inmortalizado por Lee Child, dibuja el mejor retrato robot del neomacho: ex militar y actual espíritu libre, recorre el país en autobuses de línea y compra su ropa de usar, sudar y quemar cuando ya huele mal en cada parada de varios días. Su única pertenencia es un cepillo de dientes. Por supuesto, Reacher, capaz de matar a un hombre con sus propias manos sin que los huesos de la víctima crujan de manera indecorosa, es alguien que no le hace ascos a las camisas hawaianas y que, en un momento dado, es capaz de conducir un furgón mientras suena un CD de Sheryl Crow a todo trapo. Uno intuye que, de ser español, sería de ese tipo de personas que añoran el Sepu. Sus oídos están familiarizados con el jazz -cabe suponer que no en sus modalidades más abstrusas- y no suele utilizar las subordinadas en el registro conversacional.
jueves, 15 de enero de 2009
MULTITUDES QUEER
Todo sobre mi madre. Pedro Almodóvar
La frase almodovariana podría parecer un exceso para muchos; una desmesura para otras. Para mí, es un manifiesto. Un grito que define una región sin linderos físicos. Un lugar sin dimensiones: un punto.
Ahora que la identidad está hecha pedazos y el mundo en general es un puzzle de partes con aspiraciones a ser autónomas, resulta más complejo entender porqué aún existen instituciones y personas empeñadas en querer constreñir a los individuos en guetos específicos: heterosexuales, blancos, católicos, occidentales, ricos, entre otras etiquetas que además que clasificar, excluyen.
Por ello la teoría Queer acerca la posibilidad de libertad para todos aquellos cuerpos que se resisten a ser clasificados y atrapados en un cerco tan estrecho. Sabemos, es inevitable, que es necesario nombrar, y que al hacerlo fijamos, delimitamos, representamos y damos forma a una serie de simbolizaciones que se interpretan a partir de contextos específicos; eso es innegable. Pero una cosa es nombrar y otra emparedar al individuo en un lugar concreto de una estantería harto reducida.
Existimos individuos que queremos desplazarnos a los largo de esa estantería o no pertenecer a ella. O quedarnos fijos y olvidados. O partir y no volver. O volver reiteradamente. Permanecer y dejar de ser. La libertad para elegir el estado de reposo o de movimiento identitario tendría que partir de la decisión del individuo y no (únicamente) de las fuerzas que condicionan su estado inercial.
La liberación puntual de los cuerpos es la aspiración del sujeto Queer. A eso aspiramos en multitud, manifestándonos bajos todas las formas del sarcasmo o del misterio o de la provocación. Hacer visible lo que la ley social, amaparada en la lógica del género, ha hecho ilegítimo cuando no invisible o punible o indeseable. La hegemonía de la mirada masculina (machista) ha subordinado a las mujeres y excluido otras formas del deseo. Ha consignado la obligatoriedad de la heterosexualidad, la reproducción, el falocentrismo.
Las multitudes Queer, hartas de habitar la periferia, reclamamos el derecho a cohabitar con la heterosexualidad (que también es una minoría) en el centro.
miércoles, 7 de enero de 2009
AUSTRALIA Y LA TEORÍA QUEER
lunes, 5 de enero de 2009
FUTBOL Y CUERPOS REPRESALIADOS
Albert Einstein
Estoy convencido desde hace muchos años que para significar mi hombría y mi masculinidad no necesito del futbol: ni mirarlo ni practicarlo ni emplearlo como tema de discusión en una conversación con varones. Sin embargo, poseeo algunas nociones al respecto, que me permiten salir airoso en una charla informal entre machos. Lo cual no prueba que necesite del futbol para conectar con mis pares, desde luego que no, antes bien evidencia su hegemonía como parte medular –vital, en algunos casos- del discurso y la actuación de la masculinidad.
Estos es, la existencia del futbol como deporte –espectáculo o negocio- está cargado de un simbolismo tal que ha terminado por enquistarse en la mayoría de los varones, que no consiguen explicar su existencia si no es partir de la vivencia de la práctica de este deporte. De modo, que está implícita la prohibición de no practicar o no nombrar el juego del hombre.
La hegemonía -entendida como la superioridad o supremacía de cualquier tipo (RAE)-, que este deporte ejerce sobre millones de hombres, los imposibilita para verse representados en otras prácticas y discursos ajenos al futbol. Parecerá que no hay necesidad de ello, después de todo, a mí sí me gusta, dirán muchos; pero si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta que este gusto ha sido coaccionado y no ha surgido voluntariamente en el individuo, por la sencilla razón que desde que cobró conciencia, no se ha hallado expuesto tantas horas a ninguna otra práctica deportiva como sí lo ha estado frente al futbol. De manera que la imposición del deseo de jugarlo no ha dejado espacio a la espontaneidad ni al libre albedrío.
La tiranía que esta práctica despliega sobre los varones, puede compararse a la que sobre las mujeres ejercen los concursos de belleza*. Los varones que practican este deporte están sometidos a un sin fin de reglas que limitan la puesta en práctica de su gusto, de su placer.
Además de conocer y respetar las normas que el juego impone: faltas e incorrecciones, penaltis, saque de banda, de meta, de esquina, número de jugadores, posición que se defenderá, entre otras, los varones están sometidos a una ejecución específica de su cuerpo: movimientos seguros y hasta brutos, posturas que demuestren el poder sobre el terreno de juego, gritos que intimiden al rival, uso de colores y símbolos que evidencien que quienes están en el campo son hombres masculinos y desde luego, heterosexuales.
Porque suponer que entre los futbolistas existan algunos cuyas prácticas sexuales difieren de los de la normatividad es tabú. Piensen en las opiniones de algunos directores técnicos defendiendo a ultranza la heterosexualidad de sus dirigidos. Así, que si alguno de los futbolistas tienen una inclinación homosexual o bisexual tendrá que reprimirla bajos los golpes que le dan al balón, desviar la mirada hacia otro lado en la intimidad de las duchas o pensar en el Regina Coeli cuando celebren apretujados ante las cámaras de televisión la existencia de un gol, so pena de quedar excluido del mundo de los hombres machos y exponerse al ridículo y a las burlas de los demás.
Si esto no es ejercer una hegemonía, no sé qué más pruebas necesitan para convencerse de que el futbol es una imposición más sobre el cuerpo de los hombres, quienes impedidos (por ignorancia, inercia, cobardía, desidia) para optar por otras prácticas deportivas viven representando un estilo de vida que tal vez no les satisface, pero en cambio les permite permanecer dentro del terreno del juego sin exponerse a una tarjeta amarilla (se rumora que es…) o peor aún, a una tarjeta roja que lo expulse, definitivamente, del paraíso machista.